Tengo una libreta negra, descuajeringada, con algunos nombres y números semiborrados por el paso del tiempo que, sin embargo, conservo, como un pequeño tesoro. Desde 1976 he ido engrosando esa pequeña libreta de teléfonos de escritores, cineastas u otras gentes del mundo de la cultura. Ahora, cuando la ojeo, sé que hay muchos que han desaparecido, pero su dirección, el teléfono en el que escuchaba sus voces siguen ahí.
Nunca he querido borrar a los que se fueron, ni siquiera significarlos porque, de alguna manera, siempre tengo la sensación de que pueden decirme algo, aunque sea a través del recuerdo de sus voces y sus palabras. Todos ellos dieron vida a mis noticias y a la posibilidad de contarlas.
Me pasó el otro día con Miguel Delibes. Ahí, en mi
libreta estaba su número, quizá se haya quedado corto o haya
cambiado, pero esas nueve cifras que tengo en mi libreta me remontan a cuando
le llamábamos para que nos hablase de su nuevo libro o de los premios que le
dieron, seguramente todos los que podría obtener salvo el Nobel, ese injusto y caprichoso
premio que caprichosa e interesadamente se detiene, no siempre, en autores que
poco después dejan de ser inmortales.
A Delibes no se puede decir que no lo hayamos leído.
Está en las escuelas, en las bibliotecas, en las casas, en el campo que tanto
amó o en las calles de Valladolid, en que la gente le paraba para preguntarle
por el personaje de su última novela, por la temporada de caza, por la
situación del equipo de fútbol de la ciudad o incluso por la salud de su
familia. Era popular sin que lo buscase. Era el escritor de provincias que
dibujaba en su literatura, su tierra, Castilla, y sus gentes. Era el autor
universal que, desde su prosa directa, sencilla, sin ambages nos trasmitía la
fuerza de la palabra y del idioma castellano.
Sus personajes hablan con nosotros. Son cómplices de
nuestras vidas. Podemos reconocerlos fácilmente y dialogar con Azarías y su milana
bonita; el señor Cayo y el deseo de ser libre; Menchu Sotillo, la viuda de
Mario, y la insatisfacción; incluso la inocencia de Sisí y de la mirada de un
niño llamado Quico. En su literatura hay un príncipe destronado, pero Delibes
no será nunca un autor destronado, ni olvidado.
Están sus libros y también aquellas películas que han
podido plasmar su literatura. Alguna tan excelente como 'Los santos inocentes'
que, dirigida por Mario Camus, ocupa un lugar prioritario en la historia de
nuestro cine.Foto de Estandarte.com
Seguramente a Miguel Delibes, al escritor, al periodista, más que todos los homenajes que se le hicieron por su centenario, le hubiese bastado con que los niños y los adultos abriesen las páginas de cualquiera de sus libros.
Yo he abierto la de mi libreta, que se va poblando de
voces que se apagan, pero no me gusta aceptar el silencio.
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