Me ha recordado a Una historia verdadera, de David Lynch, esta road movie que cuenta como un anciano de 90 años (Timothy Spall) decide cruzar toda Gran Bretaña desde el punto más al norte de Escocia hasta el más al sur, Cornualles, utilizando autobuses públicos. La diferencia es que en “Una historia verdadera” el protagonista utilizaba una segadora para ir a encontrarse con su hermano enfermo mientras que Tom, el nonagenario protagonista, quiere saldar cuentas con el pasado.
Todas sus vivencias está en la pequeña maleta que le acompaña inseparable durante un recorrido superior a los mil kilómetros en el que se encontrará con personajes solidarios y amables, pero también con otros indeseables, fríos y prepotentes, sustentados en su propio egoísmo.
Su viaje da para muchos días y momentos que van desde la
solidaridad de una familia que lo lleva a descansar a su casa después de que
pierda un autobús y se quede solo en la calle; pasando por cantar junto a un
grupo de hinchas de fútbol o enfrentarse a un hombre violento y xenófobo que
acosa a una mujer ataviada con un burka. Pero también hay cobradores que son
capaces de dejarle en mitad de la nada porque su tarjeta de transportes
escocesa no vale para Inglaterra.
La bueno y lo malo de la condición humana se entremezclan en
ese viaje al fin del mundo, en Cornualles, donde acaba de celebrarse la cumbre
del G7, y donde quiere llegar un hombre nonagenario que quiere cumplir esas
promesas que le hizo a su esposa. Timothy Spall se empeñó en interpretar el
personaje pese a que tienen 25 años menos que el protagonista de la película.
Dirige Gilles McKinnon (“Whisky Galore”) quien define su filme como una “road
movie sentimental”
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