6/10/2020
GEORGE FLOYD: 8’46
Lo de George Floyd fue la muerte en directo. Ocho minutos y cuarenta y seis segundos de impotencia y agonía. Lo vimos todos y seguimos sin comprenderlo. Me temo que no es la primera vez ni tampoco será la última en que veamos casos de brutalidad policial, de todos aquellos que se sustentan en la fuerza y la violencia. En Estados Unidos estas acciones contra afroamericanos o hispanos han sido seña de identidad de muchos sectores de la población blanca. Presidentes como Donald Trump no ayudan a que se apacigüen los ánimos y se condene el racismo. Todo lo contrario. Sus declaraciones han resultado vagas, simples evasivas, sin condenar abiertamente el asesinato de George Floyd en Mineápolis y acusando de comunistas o radicales a muchos, de los cientos de miles de personas que se han manifestado en Estados Unidos y otras muchas partes del mundo para denunciar el racismo.
Ayer, Trump, tampoco se pronunció durante el funeral de Floyd, en Houston, su ciudad natal. El candidato demócrata Joe Biden, por medio de un mensaje grabado en video terminó su mensaje afirmando que “ahora es el momento de lograr la justicia racial en Estados Unidos”. Da la sensación de que el “ahora”, lleva mucho tiempo esperando y que los sueños de Martin Luther King y quienes los persiguieron siguen sin cumplirse. La violencia contra los afroamericanos hace acto de presencia en los informativos con demasiada frecuencia. Todos somos iguales, solo nos diferencia el color de la piel, pero cuando nos llegue la muerte nuestros huesos no se diferenciarán. ¿Era blanco?, ¿Era negro?, ¿Era amarillo?
“Nadie-decía Nelson Mandela- nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión”. Es así. Pero la sociedad, la educación, la mentira, el desprecio, la sinrazón acaban creando diferencias donde nos las había.
No se puede acusar a los chinos, a todos los chinos de ser los culpables del Covid19; no se puede acusar a los inmigrantes sin papeles de ser delincuentes; no se puede menospreciar a quienes menos tienen. Es el discurso del odio que tanto escuchamos o vemos. Es acabar con el diferente.
George Floyd cometió un delito, estar en paro y pagar con un billete falso de veinte dólares. Ni siquiera hemos podido saber si era suyo. Su muerte se ha convertido en un grito unánime, aunque todavía haya políticos que animan a que nos consideremos diferentes.
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