Hace unos días estuve en Huelva para asistir fugazmente a la edición número 37 del Festival de Cine Iberoamericano. Bueno, en realidad, asistí al homenaje de un amigo, Manuel Guerrero Muguruza, Mugu, que se ha pasado más de media vida captando imágenes y muchas de ellas nacidas de este festival que sigue siendo imprescindible para retratarnos lo que ocurre en Iberoamérica, una región demasiadas veces olvidada por nuestra política exterior y que está creciendo en los últimos años, mientras nuestro país atraviesa una de las peores crisis económicas de su historia.
Mugu como Juman, al que conocí durante mis prácticas en Cádiz allá por los años setenta, son parte de la historia de la propia ciudad a la que tantas veces han retratado en sus penas y en sus alegrías. Sus cámaras son testigos del paso del tiempo y testimonio, como el cine, de cómo fuimos; de cuáles eran nuestras costumbres; o de cuáles nuestras aficiones o deseos.
Creo que Juman o él no tenían tiempo para detenerse en tal o cuál acontecimiento, siempre estaban atentos con su cámara a cualquier eventualidad. A 'Mugu' no le vuelve loco el cine, más bien poco, pero ha sido capaz de atrapar las expresiones de grandes como María Félix. 'Indio' Fernández, Cantinflas, Fernando Rey, Paco Rabal, Berlanga, Sara Montiel y un largo etcétera de primeras figuras de la cinematografía y de la cultura en general. Todavía espero, como recordó en el homenaje el presidente de la Asociación de la Prensa de Huelva, Rafael Terán, que sea capaz de desempolvar sus viejas fotografías que son patrimonio no solo de Huelva sino de Iberoamérica y desear que las siga uniendo a las imágenes que sigue captando para refrendar un certamen que continúa su andadura, a pesar de todas las crisis. A ver si el año próximo, o el siguiente o el otro vemos una exposición que nos haga caminar juntos por el pasado sin olvidar nunca que el festival está vivo y sigue generando nuevas emociones.
Debemos mirar más a Iberoamérica. Parece que estamos abducidos por Europa y olvidamos las raíces, la cultura o la lengua común que tenemos con los países americanos donde crecen las clases medias aunque no disminuyen las desigualdades sociales. Hace cuatro o cinco días vi un cortometraje documental 'El tren de las moscas' que narra la ayuda desinteresada de un grupo de mujeres del estado mexicano de Veracruz, a los inmigrantes centroamericanos que intentan alcanzar la frontera de Estados Unidos. Las 'patronas', como se las llama, facilitan agua y comida a hombres y mujeres que viajan clandestinamente en trenes de carga huyendo de la miseria que sufren en sus países. Cada año viajan 400.000 inmigrantes centroamericanos de los que mueren al menos 5.000, otros muchos sufren mutilaciones y un número indefinido de personas, desaparece para siempre. Películas como 'El tren de las moscas', que dirigieron conjuntamente Fernando López Castillo y Nieves Prieto, reflejan las injusticias que todavía tienen lugar en muchas zonas de América Latina pero, sobre todo, me llamó la atención la solidaridad de un grupo de mujeres humildes capaces de cocinar todos los días unos frijoles, arroz o preparar unos tacos para dar a esos inmigrantes un instante de alegría y de esperanza durante los 8.000 km. que dura el trayecto y donde la muerte, las violaciones o la soledad les acompañan en un viaje que, seguramente, en la mayoría de los casos, no les llevará a ninguna parte.
Debemos mirar más a Iberoamérica. Parece que estamos abducidos por Europa y olvidamos las raíces, la cultura o la lengua común que tenemos con los países americanos donde crecen las clases medias aunque no disminuyen las desigualdades sociales. Hace cuatro o cinco días vi un cortometraje documental 'El tren de las moscas' que narra la ayuda desinteresada de un grupo de mujeres del estado mexicano de Veracruz, a los inmigrantes centroamericanos que intentan alcanzar la frontera de Estados Unidos. Las 'patronas', como se las llama, facilitan agua y comida a hombres y mujeres que viajan clandestinamente en trenes de carga huyendo de la miseria que sufren en sus países. Cada año viajan 400.000 inmigrantes centroamericanos de los que mueren al menos 5.000, otros muchos sufren mutilaciones y un número indefinido de personas, desaparece para siempre. Películas como 'El tren de las moscas', que dirigieron conjuntamente Fernando López Castillo y Nieves Prieto, reflejan las injusticias que todavía tienen lugar en muchas zonas de América Latina pero, sobre todo, me llamó la atención la solidaridad de un grupo de mujeres humildes capaces de cocinar todos los días unos frijoles, arroz o preparar unos tacos para dar a esos inmigrantes un instante de alegría y de esperanza durante los 8.000 km. que dura el trayecto y donde la muerte, las violaciones o la soledad les acompañan en un viaje que, seguramente, en la mayoría de los casos, no les llevará a ninguna parte.
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