Es un patio grande, toda una manzana. Decenas y decenas de
ventanas que esconden vidas e historias de inquilinos que nunca sabremos.
Muchos se habrán ido para siempre en las más de tres décadas en que me asomo a
la ventana.
Sería un patio más, como otros muchos patios grandes en que no sabes nada del otro, ni siquiera si
está vivo, ni siquiera si existió alguna vez. Digo que sería un patio más si no
hubiera sido inmortalizado por el pincel de Antonio López que, con la minuciosidad que caracteriza su
obra, debió pasarse años recreando esas
ventanas con persianas bajadas o visillos que ocultaban las miradas. El estudio
de Antonio López se encontraba en Torres Blancas, un edificio que daba la bienvenida a los visitantes
cuando se adentraban en Madrid desde la carretera de Barcelona.. Recuerdo que
el cuadro junto a las mejores obras del
pintor manchego se mostró en una gran exposición en Bruselas con motivo de
Europalia 85, que los belgas dedicaron aquel año a la cultura española. Durante
la entrevista que le hice para la radio fuimos recorriendo la exposición y
deteniéndonos en algunos cuadros como en el que aparecía ese patio tan desnudo
como el entorno que lo rodea, una avenida de América desconocida, sin viandantes, sin coches ,sin humos… Le
señalé mi patio y esa desnudez de seres humanos en un paisaje fantasma. Le
hablé también de la terraza de otro edificio donde vivía Juan Carlos Onetti, el
escritor uruguayo que se llevó el Cervantes
y que tuvo que recibir la dotación económica del premio antes de lo
previsto, porque estaba “sin blanca” o de la casa en que residía el pintor José
Caballero que se esconde en los últimos recovecos del óleo . Desde la ventana del patio comprendo esa
desnudez del cuadro de Antonio López porque la vida sigue y las
cosas permanecen, aunque esas cosas sean los seres humanos que podemos
mantener en nuestro recuerdo.
Desde la ventana recuerdo
vagamente al Onetti que conocí e imagino que algún día compartiría su casa
con el Carlos Fuentes que nos dejó esta semana. Tuve la suerte de entrevistar
en varias ocasiones al escritor mexicano, también premio Cervantes, y rememoro la sobriedad de su discurso, la
templanza de sus palabras y el compromiso de su escritura.
Supo vivir y llevar con entereza las dramáticas muertes de
sus dos hijos. Siempre activo y siempre elegante en su aspecto y en su actitud. Fue del boom pero
también del boomerang. Perteneció a aquel movimiento extraordinario de
la literatura latinoamericana como su gran amigo García Márquez pero también
fue capaz de reconocer a las nuevas generaciones y darles la bienvenida con sus
nuevas propuestas literarias.”La muerte de Artemio Cruz”, “Terra nostra”, “Gringo
viejo”, “los años con Laura Díez” … Desde mi ventana, abierta, recreo el cuadro
de Antonio López , no veo a nadie, pero sé que todos están en la memoria, en la región más transparente
que ideó Carlos Fuentes.
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