Foto Loterías del Estado |
33.297…100.000 pesetas. 22276 …100.000 pesetas 00001…100.000
pesetas y así durante toda la mañana hasta que salía uno de los premios importantes
y el run-run se expandía por toda la sala.
La radio nos traía aquellos sonidos que anunciaban la Navidad,
la constatación de que durante los próximos quince días el colegio no existiría
y que todo se limitaría a jugar y a recibir regalos, lejos, muy lejos de las
clases de D. Genaro.
La comida también sería diferente en los días señalados. No
solo competiríamos por el tamaño del plato y el número de piezas léase filetes rusos,
espagueti boloñesa, arroz tres delicias, o uno de los más valorados el plato
único de arroz, salchichas, plátano frito, huevos y bacon.
Tampoco es que las comidas de Navidad fuesen muy ostentosas
porque en aquellos años el salmón
ahumado, por ejemplo, era prohibitivo. Pasaron muchos años hasta que el salmón
entró en los menús navideños y pronto en todos los ágapes de las presentaciones
literarias, tanto que Manuel Vázquez Montalbán, lo llamaba “el pollo del
socialismo”
Aquel sonido, el sonido de la lotería, hacía que te arrebujaras un poco más entre las
sábanas y supieses que ese día no tocaba levantarse a toque de corneta y
discutir con los hermanos para saber quién era el primero que tenía que ir a la
ducha . Quedarse diez minutos más entre las sábanas valía un potosí e incluso, durante
unos minutos, te hacías la ilusión de que ese día no irías al colegio .
El día del sorteo, en cambio, te desperezabas entre los olores de la leche
en el fuego, los primeros cola-cao, o el pan tostado, aromas que se extendían
por cada rincón de la casa…de cuando en cuando sonaba el timbre de la puerta.
El sereno, los barrenderos, el chico de la tienda de ultramarinos venían a
pedir su aguinaldo.
Aquel día abrías un ojo y con suerte veías la terraza
poblada de nieve. Te acercabas a la ventana para hacer vahos contra el cristal y
esbozar pequeños dibujos. Los cristales estaban fríos y fuera la nieve seguía
cayendo desde un cielo gris al que solo faltaba el sonido de los villancicos.
Poneros las zapatillas que el suelo está helado…Se
oía a la madre regañando a alguno de los que se habían aventurado a abandonar
la cama, las literas y habían encaminado sus pasos hacia la cocina para ser de los
primeros en beberse el cola-cao caliente, tras aplastar los grumos que quedaban
en su superficie.
No había prisa en ir al baño, pero llegaba un momento en que todos a una queríamos acudir . Había un baño junto a la entrada de la puerta de la casa y un servicio al lado de la cocina , eran los dos puntos en que confluíamos y a veces había que aguantarse las urgencias. Si estábamos todos éramos nueve ,porque el pequeño llegó cuando mis padres y el resto de hermanos preparaban sus maletas para emigrar a Cádiz. En distintos momentos, a medida que crecía la familia, también había una chica que ayudaba a mi madre y que era cómplice de nuestros juegos cuando mis padres salían a cenar con los amigos o iban al cine que era otra de sus aficiones.
Foto Ideal de Granada |
A la Navidad en casa solo le faltaba la chimenea y el olor a
leña. El día previo a Nochebuena , por unas horas ,teníamos un nuevo inquilino.
El pavo, que sería la estrella de la cena de Nochebuena se compraba vivo en las
calles y era siempre la muchacha extremeña o castellana, acostumbrada a las
matanzas en su pueblo, la que se
encargaba de que pasase a mejor vida. Viéndolo desde la perspectiva de hoy
sería desmedido que en cualquier casa hubiese que degollar a un animal vivo
para que sirviese de alimento y jolgorio a una mesa repleta no solo de los
inquilinos del piso sino de los abuelos y tías solteras que ese día no faltaban
a la reunión familiar .
No venía Papa Noel . Se hablaba de un regalo sorpresa, porque
tampoco había “amigo invisible”. Junto a cada cubierto se colocaba un paquetito
que solía incluir un bolígrafo, unos lápices de colores, un llavero o un libro.
En la mesa que mi madre había preparado minuciosamente para la ocasión, apenas quedaba
un hueco para colocar a algún niño que otro. Sillas y banquetas se
entremezclaban mientras la mejor cubertería y vajilla, la que solo se utilizaba
para las grandes ocasiones, iba disponiéndose a lo largo y ancho de la mesa.
De vez en cuando el sonido de cristales rotos hacía que mi madre pusiese el grito en el cielo. Entre nosotros establecimos un grito común : Rafa. En aquellos años sesenta era el pequeño y era fácil cargar las culpas contra él ,aunque en honor de la verdad aquel sambenito le iba que ni pintiparado ya que en muchas ocasiones era el culpable directo del desaguisado, salvo cuando gritábamos Rafa y estaba sentado a nuestro lado.
Foto catawki |
Recuerdo consomé, cardo y pavo asado. Alguno, seguramente me dirá que no era así, pero son mis recuerdos y a la memoria no se la puede discutir. El vino que a medida que crecíamos podíamos probar dando un pequeño sorbo de alguna de las copas siempre era Diamante, un rioja blanco, semidulce que ya adulto nunca me gustó y Paternina banda azul y en ocasiones Viña Pomal. ambos riojas tintos porque en aquellos años no se hablaba de Ribera del Duero. El vino de las grandes ocasiones siempre era rioja y no existían ni de lejos la cantidad de denominaciones de origen que hay actualmente . Había arduas discusiones por el muslo porque el otro era siempre para el progenitor, o sea cuando seas padre comerás huevos .En este caso un humeante y churruscado muslo de pavo.
A los postres nunca faltaban los turrones. El de yema y el pan
de Cádiz; el duro, el de Jijona y polvorones, peladillas, mazapanes …Los devorábamos y seguramente aquel mar de
dulces desaparecería en poco tiempo.
Cantábamos villancicos esos que todos hemos oído y a medida
que crecíamos me impresionaba aquel cuyo estribillo decía que nosotros nos
iremos y no volveremos más.
Era como decir aprovechad porque esto se acaba, aunque estuviésemos en pleno jolgorio de risas y juegos. Se nos decía sutilmente, entre villancico y villancico que nuestra presencia en el Planeta tenía un final o parafraseando a Simone de Beauvoir : “Desde que naces comienzas a morir”
Foto Pintarest. |
Esa conclusión significaba que había que aprovechar la Nochebuena ,todas las fiestas en sí ,vivir. En las vacaciones recorreríamos los puestos de la Plaza Mayor en busca de una figurita para el belén o algún adorno navideño , acudíamos a la oficina de mi padre a pedir a los reyes los regalos o con suerte íbamos al cine, casi siempre de sesión continua, porque podíamos vernos un par de películas e incluso verlas dos veces. Tarzanes, westerns, Jerry Lewis, Fantomas, películas de romanos en aquellas tardes navideñas siguiendo al acomodador que guiaba tus pasos hasta la butaca en que pasarías cuatro o cinco horas hipnotizado por las imágenes de la pantalla.
La Navidad es la infancia. La que vivimos, la que vivieron
nuestros hijos y la que viven nuestros nietos. Es un tiempo solo para los niños
porque los adultos acumulamos recuerdos de tiempos en que éramos más, en que estábamos
todos y ya hay muchos que no volverán más.
CONTINUARÁ ( NOCHEVIEJA Y REYES)