12/18/2021

PÁGINAS SUELTAS (5) SIN SALIR DE CLASE





SIN SALIR DE CLASE

No recuerdo mi primer día de clase. Supongo que no debió suponer ningún trauma mi entrada en sociedad. Tenía cinco años y junto a mi hermano, poco más de un año menor, fui al Liceo Italiano, próximo a los Nuevos Ministerios, zona en la que vivíamos a finales de los cincuenta. Era un colegio laico, poco habitual en aquella España en que la sotana se imponía en toda la enseñanza. Eran pocos los colegios que dejaban en segundo plano a la religión y el Liceo era una de esas excepciones.



FOTO (EL MUNDO.ES)


Creo que aprendí algo de italiano, pero no recuerdo nada. Si hay una palabra que se me quedó es farfalla (mariposa). Que por qué, ni idea.

Mi último año en el Liceo coincidió con la muerte de mi abuelo paterno. Fue 1960 y ya sabíamos que íbamos a ir a otro centro, el colegio de El Pilar, en la calle Castelló, en el que pasé seis años de mi vida. Si recuerdo la muerte de mi abuelo como la suspensión de mi primera comunión. Era el mes de mayo y todos los preparativos que había venido haciendo se vinieron abajo. Incluso los preparativos en el Liceo.

Foto(Asoc.Cult."La Poza")


No la haría hasta julio, en pleno verano, en Pozuelo de Alarcón, donde, como ya he dicho, pasábamos 
nuestras vacaciones. Todos los días, con el canto de las cigarras y el calor sofocante, tenía que dejar los 
juegos con los hermanos y los amigos, para acudir al convento de los oblatos, en la zona de la estación , a unos 1500 metros de casa , donde tenía que asistir a las charlas de preparación. Era un suplicio, no sólo por el hecho de soportar el calor que pasaba en el trayecto diario de la casa que alquilábamos en la colonia de las Minas hasta el convento, sino porque aquellas catequesis interrumpían mis juegos y la posibilidad de pegar patadas al balón, algo que empecé a descubrir aquel verano.
La verdad es que, en el Liceo, por sus instalaciones no había posibilidad de jugar al fútbol, los mayores jugaban a baloncesto y yo no sentía ningún interés más allá del que me transmitía mi padre. Tanto es así, que después de aquel verano de rezos y primera comunión, y cuando ingresé en el colegio del Pilar, me apunté al equipo de fútbol, con aquella anécdota de los guantes que ya he relatado anteriormente.





Recuerdo mi primer partido en el campo de las porterías verdes. Era un terreno ligeramente inclinado, de tierra, en el que más o el que menos, acababa con desolladuras en codos o rodillas. Sólo nos dejaban una camiseta, que a mí se me antojaba inmensa, y debía serlo porque caía hasta media pierna, y sus mangas cubrían por completo nuestras manos. Los pantalones eran los que utilizábamos para ir al colegio, de franela, algunos largos, con sus correspondientes rodilleras y la mayoría cortos. La camiseta era roja y yo me quedé con el diez. Ya, por aquel entonces, comenzaba a sentir admiración por Ferenc Puskas, el jugador húngaro que era capaz de armar la pierna en un palmo de terreno y que con un disparo seco colocaba el balón lejos del alcance de cualquier portero. 
No es que pudiera verle muchas veces porque la televisión ofrecía partidos de pascuas a ramos, y la posibilidad de ir al estadio era más bien escasa, pero los hermanos decidimos que cada uno adoptaría a un jugador del Madrid. Ignacio eligió a Di Stefano y Javier a Gento. Si el fútbol y todos sus derivados es ahora una obsesión, en aquel entonces era una enorme diversión. 

A medida que fueron pasando los años más que ver un partido disfrutaba jugando, y de hecho lo hice hasta muy pasados los cincuenta. Tenía un buen regate, mi compañero en RNE Juan Manuel Gozalo afirmaba que uno de los mejores que había visto, el problema es que después del primero quería seguir recreándome y acababa perdiendo la pelota. Juanma al que llamábamos Kubalita, era un broncas de cuidado en los partidos de fútbol sala que jugábamos los periodistas de diferentes medios. Acabábamos discutiendo entre nosotros mismos porque siempre echaba la culpa a otro, aunque fuese él, quién hubiese perdido el balón y el contrario acabase perforando nuestra portería. En eso nos parecíamos, porque mi aparente tranquilidad se transformaba cuando jugaba un partido. También echaba la bronca a mis compañeros, aunque fuese yo el culpable. No me gustaba perder y casi siempre salía revolucionado. Si los goles iban cayendo como losas a favor del contrario me deprimía olvidándome de jugar y esperando el final del partido





Estación de Pozuelo de Alarcón, años 60(La POZA)


En Pozuelo, cuando era un crío de 10 u 11 años , me llamaban Waldo como el jugador del Valencia que goleaba con la misma facilidad que tenía yo aquellos primeros años. Veraneaba allí un ex jugador y técnico del Plus Ultra que propuso a mi padre que jugara en las categorías inferiores de aquel equipo, que era el filial del Real Madrid. Mi padre no accedió porque mis notas empezaban a dejar mucho que desear. No obstante, y por iniciativa de él mismo, unos años después me hicieron sendas pruebas en el Real Madrid. En la primera debía tener unos trece o catorce años y no rasqué bola. No sé, cuál de los dos, si fue Santiesteban o quizá Molowny, que supervisaban aquellas pruebas, el que me insistió en que me quedara de extremo, pegado a la banda derecha. Fui disciplinado. Durante el partidillo tuve la sensación de que era un espectador. No sé si me echaron uno o dos balones. Ni que decir tiene que ni me miraron.



Años después en el setenta, volví a probar en la Ciudad Deportiva. Una vez más, los entrenadores me dijeron que me pegase a la banda, pero conociendo mi experiencia anterior no hice ni caso. Marqué tres goles y sé que vieron la posibilidad de incorporarme a alguno de los equipos de categorías inferiores, pero consideraron que era ya bastante mayor para empezar de cero en el Real Madrid. Así que seguí jugando en algunos equipos de categoría regional o el trofeo Marca con un equipo que pusimos en marcha un grupo de estudiantes, el IJAPE, y que tras el fútbol grande fue de los pioneros en el fútbol sala, llegando a militar en primera división de la Comunidad de Madrid. Algunos de los integrantes del primer Ijape, Javier o Nacho(ya fallecido) entre otros, han competido hasta cerca de los cincuenta años. La mayoría nos pasamos mucho antes a las pachangas o jugábamos torneos de empresas, bastante menos exigentes.

Había un torneo de medios que organizaba el Real Madrid, en el antiguo pabellón de la Ciudad Deportiva que trasladaba la competencia de muchos periodistas deportivos a la cancha. A veces nos dábamos más que una estera y eso que yo no estaba en el ajo, porque era de los pocos que no me dedicaba a la información deportiva. Recuerdo que se hizo una selección de periodistas para jugar contra un combinado de ex jugadores como José Luis Peinado, Santiesteban, Adelardo y Amancio y miembros de la Hoja del Lunes para rendir homenaje al delegado de esta publicación que falleció en el transcurso del torneo. Nos ganaron siete a cuatro y Amancio metió cuatro de disparos secos desde casi la mitad del campo. Como le pegaba. Mi amigo y compañero, el poeta peruano Nicomedes Santa Cruz acudió a ver el partido y se asombró de la calidad de Amancio al que no había visto jugar como profesional. Creo que le dedicó alguna de sus décimas.


Foto Real Madrid C.F.


Yo había conocido a Amancio unos años atrás, en Pozuelo, en casa del Dr. Garzón, amigo de mis padres, donde la mayor parte de los hermanos habíamos aprendido a nadar. El Dr. era el ginecólogo de la mujer de Amancio y en ocasiones acudían a la casa, más bien una finca en la que había hasta pavos reales, a pasar el día. Fue una sorpresa encontrármelo allí porque era uno de mis ídolos .Recuerdo sus piernas totalmente amoratadas después de jugar el día anterior una final de Copa, creo que frente al Barça. Jugaba con el balón muy pegado al pie y sus regates doblaban la cintura de cualquier defensa. Le daban más que a una estera y tuvo lesiones muy graves, como la que le produjo un jugador del Granada, apellidado Fernández, que le partió la tibia y el peroné. Fue uno de los grandes y yo a mis trece o catorce años tuve la suerte de compartir algunos momentos con él.

La primera y única vez que he ido a los toros fue en Pozuelo de Alarcón , durante las fiestas de septiembre, y el motivo no fue otro que Amancio me llevara en su coche. Fue todo un revuelo su presencia en el palco porque, aunque no existía la locura que hay ahora por un jugador de fútbol, si era ya muy conocido a nivel nacional e internacional, y era el único jugador español que acababa de jugar un partido con la selección mundial, por lo que fue apodado el fifo.

El caso es que allí estaba yo, en el palco junto a Amancio, casi como un infiltrado entre las fuerzas vivas que rendían pleitesía al ídolo.

El primer novillero le brindó el toro y Amancio metió en su montera un billete de mil pesetas(6 euros). El segundo que debió conocer la generosidad del jugador blanco también le brindó su toro. Esta vez la aportación bajó a la mitad, un billete de quinientas pesetas.


Real Madrid ye-yé (Archivo R.Madrid C.F.)

Muchos años después, le entrevisté para un especial que hice con motivo del centenario del Real Madrid. Durante mi larga trayectoria profesional en radio he hecho muy poca información vinculada al deporte pero me lo propusieron y en mi condición inconfesa de madridista me encantaba la idea. Hice un programa sobre la que consideraba la columna vertebral de los éxitos del Madrid a lo largo de su historia. Es decir, Di Stefano, Amancio, Butragueño y Raúl. Todavía no era el tiempo de Cristiano Ronaldo.

CONTINUARÁ

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