12/03/2021

PÁGINAS SUELTAS (3) AMORES INFANTILES





MARI TERE.

Mari Tere tenía más de quince años , yo cuatro o cinco, pero la convertí en mi primera novia. Mari Tere se cruzaba en el portal o en la escalera o se asomaba a la ventana que daba al cuarto de estar de los abuelos. Era rubia, de ojos castaños y la mirada triste de los niños que vivieron el hambre. No tenía más hermanos, ni padre, murió en la guerra, en un bombardeo de la aviación franquista. Su madre había cosido sin pausa, de casa en casa, para mantener a su hija. Ella acababa de entrar en Galerías Preciados y la situación de madre e hija había mejorado considerablemente. Siempre iban juntas, como protegiéndose, como si el miedo se hubiese adueñado de sus cuerpos.
El Galerías Preciados de Callao

Cuando nos cruzábamos me sonreía, incluso me dejaba hacer alguna que otra carantoña. En una ocasión un incendio en el tercer piso hizo que nos refugiáramos en el bajo donde vivía una hermana de mi abuela, Lola ,viuda y su hijo José Manuel que con los años se convertiría en un alto directivo del mundo editorial. Mari Tere me daba la mano, mientras esperábamos que los bomberos terminasen con su trabajo, pero vi compungido, que la otra se apoyaba en la de Luis, un estudiante de derecho del segundo piso.
Bomberos en la colección ALAMY



Esa noche sentí los primeros celos y decidí, que ella ya no sería mi novia. Al poco Mari Tere y Luis se casaron y empezaron a fabricar hijo tras hijo. Me quedé en el quinto . Ella, tan delgada, engordó, y él se hizo poseedor de una enorme calva. Seguía cruzándome en la escalera y el rellano con aquel primer amor, pero ya no sentía el deseo infantil de que me acariciara.

A Mari Tere siguieron otras novias . En Pozuelo de Alarcón, durante el verano, donde mis padres alquilaban casa año tras año, coincidió que en el chalet de al lado había, como nosotros, una familia numerosa, pero a diferencia de la nuestra el mayor número de miembros eran del género femenino. Los mayores, tres chicos frente a tres chicas por lo que decidimos entablar relaciones en función de la edad. Es decir, yo con nueve años tenía como pareja a Mary Lo que tenía mí misma edad , y mis hermanos estaban en una situación similar con sus chicas.




Fotos de Todo Colección



Éramos pareja durante los tres meses de verano, es decir, compañeros de aventuras por los terrenos todavía no urbanizados, compañeros de bicicleta; de escondite, de merienda o incluso de castos besos cuando llegaban los momentos de los reencuentros o las despedidas.

Cuando la pubertad llamó a la puerta aquella complicidad que manteníamos se rompió para siempre. Hubo un día, no recuerdo cuál, que nuestras familias tomaron caminos diferentes, y nuestras vidas se separaron sin que nunca más volvieran a confluir. Muchos años después a raíz de un libro que publiqué, recibí una carta de Mary Lo recordando aquellos años en que no fuimos conscientes de que iban a terminar para siempre. No llegamos a vernos. Seguramente, ya nunca más podremos recordar y reírnos con aquella historia de amor que construimos en nuestra infancia.


EL CEBO. de Ladislao Vadja


Hubo otras mujeres como María-la apodaban Antoñita la Fantástica-,y tenía tres años menos que yo. Íbamos al mismo colegio y nuestras madres, los días de sol, nos llevaban con el resto de hermanos, a los altos del hipódromo donde está el Museo de Ciencias Naturales. Nuestros padres, por aquel entonces, trabajaban en la misma empresa y había una cierta amistad entre los dos matrimonios. No recuerdo bien a aquella novia, aunque el paso de los años me ha hecho verla con asiduidad en televisión y en revistas de cotilleo, sin embargo, si guardo en la memoria que una vez intentaron secuestrarnos. Estábamos algo apartados del grupo y fuera de sus miradas cuando un hombrecillo, enjuto, con los dientes rotos, se acercó a nosotros ofreciéndonos todo aquello que nos recomendaban no aceptáramos de nadie. Es decir, caramelos, regalices u otras golosinas que, generalmente, entraban con cuentagotas en nuestros paladares. Llevaba unas bolsitas de colores y nos aseguraba que en el coche que tenía al bajar la cuesta, había muchas más por lo que podríamos llevárselas a nuestros hermanos.

María dudó, era más pequeña, pero yo desde el principio le dije que no y llamé a mi madre. En un instante teníamos a las dos, la suya y la mía, a nuestro lado, preocupadas como estaban porque hacía unos minutos que nos habían perdido de vista . El hombrecillo hizo ademán de decir algo, pero se dio la vuelta y bajó a paso apresurado hacia la acera donde supuestamente tenía aparcado su coche. No se detuvo y cruzó, ya corriendo, toda la Castellana. Mientras mi madre, muy nerviosa, hablaba con un guardia del parque que le recomendaba que lo denunciase en comisaria ya que hacía unos meses habían desaparecido dos niñas en el mismo lugar, sin que nadie hubiera sabido más de ellas.Me queda la duda de que hubiese pasado con nosotros. Si hubiese desaparecido me ahorraría estas líneas y vosotros lectores no habríais conocido a María ,una showgirl , enormemente popular, durante una veintena de años. Aunque quizá, algunos, lo hubiesen agradecido.

A mí, en momentos puntuales también me llamaron Antoñita la fantástica. Me gustaba fabular historias, leía y veía mucho cine. Había tardes de jueves o de domingo, los sábados teníamos colegio, que nos metíamos en el cine de sesión continua a las cuatro y salíamos a las diez. El Chueca, el Colón, el Quevedo o el Príncipe Alfonso, fueron algunas de aquellas salas, hoy desaparecidas, que daban cobijo a niños de familias numerosas que permitían así, un descanso a los padres agotados por el trabajo tanto fuera como dentro de casa. Los cines acogían también a parejas de novios que buscaban en la oscuridad besos, abrazos y caricias que de no ser por el séptimo arte no hubiesen existido.

Aunque soldados y chicas de servicio, empleados de banca o administrativas, floristas o trabajadores de ultramarinos, estudiantes y personal sanitario no hayan visto muchas películas completas , seguro que mantienen cierta deuda con el cine. Gracias a la sala oscura pudieron magrearse, aunque siempre con el temor a que el acomodador, dueño del uniforme, no apuntase con su linterna a quienes parecían más entusiasmados, buscando avergonzarles y que toda la sala supiese que algunos se estaban metiendo mano en vez de compartir los castos y censurados besos de Carole Lombard y Clark Gable ; de Spencer Tracy y Katherine Hepburn , de Humprey Bogart y Lauren Bacall o de William Holden y Audrey Hepburn


SABRINA

Y es que quienes, como ya he dicho, portaban uniforme en aquella España del Partido Único eran herederos de las carabinas de principios de siglo XX o de épocas decimonónicas que seguían perdurando en aquel casto y católico país. Se sentían guardianes de la moral y en particular del sexto mandamiento que es el que tradicionalmente más ha preocupado a los jerarcas de la Iglesia Católica porque seguramente, el sexo nos hace libres y eso es peligroso.

CONTINUARÁ ...


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