El otro día encontramos en el trastero una caja de cartón con el Subbuteo , aquel juego que siguió la tradición de las chapas en los años ochenta y noventa. Mi nieto alucinó con aquel campo de fútbol de felpa, los muñequitos que se utilizaban y en su defecto los equipos de chapas minuciosamente guardados y cada uno con sus colores apropiados.
Cuando yo
era niño, las chapas eran uno de nuestros juegos `preferidos. Como en las
familias numerosas, como en la mía, no entraban con frecuencia en las casas
botellas de refrescos o cervezas acudíamos a los bares para tratar de conseguir
las mejores chapas y de vuelta a nuestra casa, las reconvertías en jugadores,
reservando las que estaban más planas, para las estrellas de los equipos .
Aquellos
partidos que, en nuestra casa disputabas con los hermanos o los amigos en las frías
baldosas del cuarto de estar o del dormitorio común, eran intensos y en ocasiones
hasta los retrasmitías. Cada uno tenía sus propios equipos y participaban de lleno
en los campeonatos que organizábamos a nivel local o internacional con alguno
de los grandes equipos d ellos sesenta como el Inter de Milán o el Benfica de
Coluna, José Augusto, Torres, Eusebio y Simoes que ganó dos copas de Europa
consecutivas a Barcelona y Real Madrid. Aquella delantera la recuerdo perfectamente,
gracias a las chapas porque el fútbol no se veía apenas, en televisión salvo
partidos de mucho nivel como la Copa de Europa o el que veíamos todas las
semanas de la Liga española.
Mi nieto, literalmente,
se encandiló con aquellas chapas y las explicaciones que le dábamos mi hijo y
yo, contándole que, ni en mi infancia ni tampoco en la suya había plays ni nada
electrónico, informático o digital que se les pareciera lo más mínimo. Las chapas y su cuidado era uno de nuestros
objetos más preciados. El campo de fútbol, a falta todavía del Subbuteo era ,como
digo, las baldosas que también nos servían para delimitar las diferentes zonas
como el centro del campo o las áreas y las porterías las elaborábamos con cajas
de zapatos que cortábamos convenientemente. El balón eran garbanzos más o menos
redondos, sin aristas y en ocasiones hasta los coloreábamos.
El otro día cuando
conocimos la muerte de Miguel Ángel ,mítico portero del Real Madrid, supe que
ya no jugaba a las chapas porque el guardameta jugó en los setenta-ochenta
alternándose en la portería durante quince años con Mariano García Remón, otro
enorme portero. A ambos tuve la suerte de verlos en muchas ocasiones en el Bernabéu y disfrutar con sui agilidad y paradas imposibles. En aquellas décadas ya no era el niño que disfrutaba y se
aprendía las alineaciones de memoria gracias a las chapas. Ya había roto con la
infancia que, con trece años, me permitió ver y recordar la sexta Copa de
Europa del Madrid en Bruselas con victoria por dos a uno frente el Partizán de
Belgrado. Tengo la alineación en mi memoria: Araquistaín que se alternaba en
aquella época con Betancour, Pachín que
sustituyó a Calpe, De Felipe, Sanchís , Pirri , Zoco, Serena, Amancio, Grosso,
Velázquez y Gento. No había sustituciones. Si un jugador se lesionaba había que
jugar con uno menos y de ahí que se popularizara el llamado “gol del cojo”
porque quien sufría una lesión se iba para arriba y de vez en cuando cazaba
algún balón perdido que acababa en el fondo de la red.
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