La TELEVISIÓN
Los sonidos de la radio me acompañaron durante mi primera infancia.
En todos los hogares, en las tiendas de alimentación(ultramarinos), en los bares, las voces firmes, seguras y timbradas de los locutores formaban parte de lo cotidiano. El abuelo y el parte; el brasero y la radionovela de mi madre, mis abuelas y mis tías; los partidos de fútbol de mi padre; los anuncios de norit, colacao o Centenario Terry ... Matías Prats, Bobby Deglané, el Zorro, Matilde, Perico y Periquín; los cuadros de actores de la Sociedad Española de Radiodifusión o de Radio Nacional sonaban en nuestras casas y en las de todos los vecinos y después se comentaban como ocurriría años después con Televisión Española, cuando solo existía la televisión única, como tantas otras cosas que nacían del control del Estado.
Aquella Televisión la vi por primera vez, en casa de un hermano de mi abuela materna. Observé como de un gran armatoste, de pequeña pantalla en blanco y negro, surgían unos muñequitos que resultaban ser seres humanos. Era horario de tarde y Boliche era el personaje preferido por el público infantil, por el escasísimo público infantil que tenía acceso a la televisión.
En los sesenta la venta a plazos permitió que el televisor llegase a muchos más hogares y que pasase a convertirse en un objeto que comenzó a hacerse imprescindible en una España que, muy lentamente, iba saliendo del oscurantismo en que había vivido las dos últimas décadas. A mi casa también llegó la televisión.
Su llegada la recuerdo con tristeza, después de la expectación que había generado entre todos los hermanos, en las fechas previas a la entrega. Acudíamos en tropel a la puerta cada vez que sonaba el timbre pero, no, no era el aparato esperado.
Por aquel entonces vivíamos en María de Guzmán, una calle próxima a Río Rosas y no muy lejos de Cuatro Caminos. Los operarios llegaron con una enorme caja que, tras desembalarla, puso ante nuestros ojos aquel pesado armatoste que se asemejaba al que vi en casa de mi tío. La pantalla era pequeña para las dimensiones del mueble cuadrado en que estaba incrustada. Los dos operarios comenzaron su instalación. Ya sobre la mesa ,casi como un objeto de adoración, con un cable, por aquí, otro por allí comenzaron a manipular los botones.
Pasaron unos minutos, que se nos hicieron interminables, hasta que un zumbido, como de mosquito, acompañó a la nieve previa al ajuste de la imagen. Como a la hora que trajeron el televisor no había emisión lo único que vimos es lo que se llamaba la carta de ajuste acompañada de una monótona melodía.
Aquel primer día que llegó la televisión a casa era Semana Santa, lunes o martes, supongo, y durante aquellos años de connivencia entre la Iglesia y el Estado no había hueco para la más mínima frivolidad. Nosotros esperando a Boliche y en su lugar nos encontramos a unos señores con capucha que acompañaban unas imágenes, mientras otros entonaban saetas llenas de dolor y quejíos.
Eran los mismos sonidos que escuchábamos en las radios durante esas fechas, el sonido único e insistente que nos acompañaba durante las vacaciones y cuando distraídamente entonábamos una canción infantil ( quisiera ser tan alta como la luna...el corro de la patata) o popular( uno de enero, dos de febrero...), siempre nos encontrábamos con alguna recriminación de los mayores: “niño que es Semana Santa. No se pueden cantar esas cosas hasta el domingo en que resucitará Jesucristo.”
Y es que antes resucitaba los domingos, no los sábados como ahora. Y los domingos resucitaban los cines que nos traían nuevas películas y los teatros, y hasta podíamos reírnos y comernos una buena carne olvidando el ayuno y la abstinencia y besar a tu mujer, y supongo que hacer el amor dentro del matrimonio, así se decía, porque no se aceptaba que hubiese relaciones fuera del matrimonio católico, faltaría más.
El caso es que la primera televisión que llegó a nuestra casa tenía como protagonistas a unos alienígenas llamados nazarenos que sin venir a cuento, invadieron nuestras ilusiones y nuestros sueños y seguramente marcaron mi relación con el medio televisivo que, a pesar de un cierta reconciliación, gracias a los bonanzas, rintintines y lassies, siempre ha ocupado un lugar solitario y recóndito en mi vida, y más aún cuando al poco de tenerlo en casa, fui testigo de la derrota de la final de la Copa de Europa del Madrid frente al Benfica de Eusebio.
En casa mi padre era madridista a muerte y llegó a ser el socio 720, en 1972, año en que la familia se trasladó a Cádiz .Fue entonces cuando decidió darse de baja. Yo que me quedé en Madrid soy el único de mis hermanos que continúa siendo socio, aunque cada vez acudo con menos frecuencia al estadio y le he pasado el testigo del madridismo a mis hijos
Aquella primera final de Copa de Europa que vimos en casa congregó a más de un familiar que todavía no había decidido firmar letras, para hacerse con el televisor. El grito de niños quitaros del medio fue habitual durante todo el partido, y el tono de voz fue creciendo a medida que las cosas no iban bien para los blancos.
El año anterior, el Madrid, que había ganado las primeras cinco copas de Europa ,cayó en las semifinales frente al Barcelona después de un arbitraje muy criticado y con la anulación de tres o cuatro goles al conjunto que en aquel entonces dirigía Miguel Muñoz.
En la final, el Benfica de Lisboa se impuso al Barcelona que buscaba su primer título europeo. Al año siguiente el Madrid volvió a la final frente a los campeones. Dos goles de Puskas le pusieron en ventaja cuando aún no iba media hora de juego, pero los portugueses que tenían un equipo fantástico, acabaron remontando y ganaron por cinco a tres. Eusebio, la pantera negra, lideraba aquel Benfica en que había otros grandes jugadores como el portero Costa Pereira o una delantera que recito de memoria Coluna , José Augusto, Torres , el ya citado Eusebio y Simoes. Memorizo vagamente a aquellos jugadores porque, aunque la retrasmisión de un partido de fútbol era todo un acontecimiento y se daban con cuentagotas, siempre recuerdo sus nombres porque ocuparon un lugar destacado en los equipos de chapas que fueron imprescindibles en nuestros juegos, durante la década de los sesenta.
Cada uno de los hermanos en casa confeccionábamos minuciosos equipos de chapas, que pedíamos en los bares, e incluíamos los rostros de los jugadores gracias a calendarios y publicaciones como el Dinámico. La pelota eran los garbanzos y las porterías cajas de zapatos recortadas convenientemente. Tenía un amigo en Pozuelo que era la envidia de todos, porque su madre le hacía las redes con crochet y su campo, en lugar de las frías baldosas que habilitábamos para nuestras competiciones era un tapiz verde señalizado a conciencia, con su centro del campo, sus áreas, los banderines de córner y su punto de penalti. Vamos que si llegan a patentarlo se hubiesen adelantado al subbuteo que tan popular y de paso tan lucrativo fue, durante las dos décadas posteriores.
Creo que si busco en el subconsciente mi mala relación con el medio televisivo está en aquellos dos hechos. La Semana Santa y la derrota del Madrid en aquella final .Eso que yo, a mis nueve años, era poco aficionado ya que, entre otras cosas, en el colegio al que había ido, el Liceo Italiano, se practicaba baloncesto y no fútbol en sus patios y cuando llegué a mi nuevo colegio El Pilar, en el barrio de Salamanca, desconocía casi todo de sus reglas , tanto es así, que cuando me apunté para el equipo me ofrecí a prestarle unos guantes al portero y se los llevé de boxeo.
Menos mal que no jugó con ellos.
Aquella Televisión la vi por primera vez, en casa de un hermano de mi abuela materna. Observé como de un gran armatoste, de pequeña pantalla en blanco y negro, surgían unos muñequitos que resultaban ser seres humanos. Era horario de tarde y Boliche era el personaje preferido por el público infantil, por el escasísimo público infantil que tenía acceso a la televisión.
En los sesenta la venta a plazos permitió que el televisor llegase a muchos más hogares y que pasase a convertirse en un objeto que comenzó a hacerse imprescindible en una España que, muy lentamente, iba saliendo del oscurantismo en que había vivido las dos últimas décadas. A mi casa también llegó la televisión.
Su llegada la recuerdo con tristeza, después de la expectación que había generado entre todos los hermanos, en las fechas previas a la entrega. Acudíamos en tropel a la puerta cada vez que sonaba el timbre pero, no, no era el aparato esperado.
Por aquel entonces vivíamos en María de Guzmán, una calle próxima a Río Rosas y no muy lejos de Cuatro Caminos. Los operarios llegaron con una enorme caja que, tras desembalarla, puso ante nuestros ojos aquel pesado armatoste que se asemejaba al que vi en casa de mi tío. La pantalla era pequeña para las dimensiones del mueble cuadrado en que estaba incrustada. Los dos operarios comenzaron su instalación. Ya sobre la mesa ,casi como un objeto de adoración, con un cable, por aquí, otro por allí comenzaron a manipular los botones.
Pasaron unos minutos, que se nos hicieron interminables, hasta que un zumbido, como de mosquito, acompañó a la nieve previa al ajuste de la imagen. Como a la hora que trajeron el televisor no había emisión lo único que vimos es lo que se llamaba la carta de ajuste acompañada de una monótona melodía.
Aquel primer día que llegó la televisión a casa era Semana Santa, lunes o martes, supongo, y durante aquellos años de connivencia entre la Iglesia y el Estado no había hueco para la más mínima frivolidad. Nosotros esperando a Boliche y en su lugar nos encontramos a unos señores con capucha que acompañaban unas imágenes, mientras otros entonaban saetas llenas de dolor y quejíos.
Eran los mismos sonidos que escuchábamos en las radios durante esas fechas, el sonido único e insistente que nos acompañaba durante las vacaciones y cuando distraídamente entonábamos una canción infantil ( quisiera ser tan alta como la luna...el corro de la patata) o popular( uno de enero, dos de febrero...), siempre nos encontrábamos con alguna recriminación de los mayores: “niño que es Semana Santa. No se pueden cantar esas cosas hasta el domingo en que resucitará Jesucristo.”
Y es que antes resucitaba los domingos, no los sábados como ahora. Y los domingos resucitaban los cines que nos traían nuevas películas y los teatros, y hasta podíamos reírnos y comernos una buena carne olvidando el ayuno y la abstinencia y besar a tu mujer, y supongo que hacer el amor dentro del matrimonio, así se decía, porque no se aceptaba que hubiese relaciones fuera del matrimonio católico, faltaría más.
El caso es que la primera televisión que llegó a nuestra casa tenía como protagonistas a unos alienígenas llamados nazarenos que sin venir a cuento, invadieron nuestras ilusiones y nuestros sueños y seguramente marcaron mi relación con el medio televisivo que, a pesar de un cierta reconciliación, gracias a los bonanzas, rintintines y lassies, siempre ha ocupado un lugar solitario y recóndito en mi vida, y más aún cuando al poco de tenerlo en casa, fui testigo de la derrota de la final de la Copa de Europa del Madrid frente al Benfica de Eusebio.
En casa mi padre era madridista a muerte y llegó a ser el socio 720, en 1972, año en que la familia se trasladó a Cádiz .Fue entonces cuando decidió darse de baja. Yo que me quedé en Madrid soy el único de mis hermanos que continúa siendo socio, aunque cada vez acudo con menos frecuencia al estadio y le he pasado el testigo del madridismo a mis hijos
Aquella primera final de Copa de Europa que vimos en casa congregó a más de un familiar que todavía no había decidido firmar letras, para hacerse con el televisor. El grito de niños quitaros del medio fue habitual durante todo el partido, y el tono de voz fue creciendo a medida que las cosas no iban bien para los blancos.
El año anterior, el Madrid, que había ganado las primeras cinco copas de Europa ,cayó en las semifinales frente al Barcelona después de un arbitraje muy criticado y con la anulación de tres o cuatro goles al conjunto que en aquel entonces dirigía Miguel Muñoz.
En la final, el Benfica de Lisboa se impuso al Barcelona que buscaba su primer título europeo. Al año siguiente el Madrid volvió a la final frente a los campeones. Dos goles de Puskas le pusieron en ventaja cuando aún no iba media hora de juego, pero los portugueses que tenían un equipo fantástico, acabaron remontando y ganaron por cinco a tres. Eusebio, la pantera negra, lideraba aquel Benfica en que había otros grandes jugadores como el portero Costa Pereira o una delantera que recito de memoria Coluna , José Augusto, Torres , el ya citado Eusebio y Simoes. Memorizo vagamente a aquellos jugadores porque, aunque la retrasmisión de un partido de fútbol era todo un acontecimiento y se daban con cuentagotas, siempre recuerdo sus nombres porque ocuparon un lugar destacado en los equipos de chapas que fueron imprescindibles en nuestros juegos, durante la década de los sesenta.
Cada uno de los hermanos en casa confeccionábamos minuciosos equipos de chapas, que pedíamos en los bares, e incluíamos los rostros de los jugadores gracias a calendarios y publicaciones como el Dinámico. La pelota eran los garbanzos y las porterías cajas de zapatos recortadas convenientemente. Tenía un amigo en Pozuelo que era la envidia de todos, porque su madre le hacía las redes con crochet y su campo, en lugar de las frías baldosas que habilitábamos para nuestras competiciones era un tapiz verde señalizado a conciencia, con su centro del campo, sus áreas, los banderines de córner y su punto de penalti. Vamos que si llegan a patentarlo se hubiesen adelantado al subbuteo que tan popular y de paso tan lucrativo fue, durante las dos décadas posteriores.
Creo que si busco en el subconsciente mi mala relación con el medio televisivo está en aquellos dos hechos. La Semana Santa y la derrota del Madrid en aquella final .Eso que yo, a mis nueve años, era poco aficionado ya que, entre otras cosas, en el colegio al que había ido, el Liceo Italiano, se practicaba baloncesto y no fútbol en sus patios y cuando llegué a mi nuevo colegio El Pilar, en el barrio de Salamanca, desconocía casi todo de sus reglas , tanto es así, que cuando me apunté para el equipo me ofrecí a prestarle unos guantes al portero y se los llevé de boxeo.
Menos mal que no jugó con ellos.
CONTINUARÁ
1 comentario:
Tiempos sencillos. No sé si felices o no, pero llenos de imaginación.
Publicar un comentario