El otro día asistí a una pequeña asociación cultural para comentar una película. Se trataba de “Lamerica”, del italiano Gianni Amelio sobre la crisis migratoria de los años 90, que contaba como miles de albaneses intentaron abandonar su país y viajar a la cercana Italia en barcos absolutamente abarrotados y que al llegar eran retenidos en campos con alambradas soportando unas temperaturas terribles antes de ser devueltos a su país.
Fue una película notable en su momento y aún hoy muestra su
vigencia si la comparamos con los intentos migratorios de sirios, libios y
subsaharianos que casi a diario, intentan alcanzar la costa italiana . Siempre
será el sueño de todos los emigrantes que buscan una vida mejor.
No éramos más allá de una docena de personas en una pequeña
sala comentando la película y el hecho de que el protagonista se quedase
abandonado a su suerte en Albania y tuviese que conocer “in situ” cuales eran
los problemas de la población y vivirlos en carne propia. Solamente una persona
de las que estaban en la sala ya había visto la película. El resto la
desconocía por completo, porque es un filme que se estrenó en pocas salas y con
muy escasa promoción . El tema no es precisamente de los que atraen al gran
público.
Hablamos, comentamos y valoramos la película y antes de
marcharnos me presentaron a un señor al que calificaron como el “gran cinéfilo
del barrio”. Lo primero que me preguntó es si sabía donde podría volver a ver
“La paloma”, una película de 1974 dirigida por un realizador suizo, Daniel
Schmid cuya trayectoria se limita a tres películas todas realizadas el siglo
pasado. Le dije que no tenía ni idea, porque no conocía al director ni a la
película. Se quedó extrañado y pasados unos minutos volvió a la carga : “¿y el
cine de Béla Tar? “ . Estaba ante un auténtico examen para conocer cual era mi
nivel de cinéfilo. Le dije la verdad, lo conocía, pero no había visto sus
películas.
Poco le faltó para llevarse las manos a la cabeza y me aseguró
que, este director húngaro, había realizado maravillas como “Sátántangó” con
siete horas y treinta minutos de duración.
Movido por la curiosidad, ya que sus películas no se han
estrenado comercialmente en España, busque en la plataforma Filmin donde hay
una selección de su filmografía. Vi dos de ellas y comprobé su enorme manejo de
las técnicas cinematográfica, pero, sus historias me aburrieron soberanamente.
Su cine se mueve entre lo onírico y lo realista, con instantes casi documentales.
Le gusta experimentar con actores no profesionales, diálogos improvisados y
cámara en mano.
En cierta ocasión Béla Tar, según he leído, comentó que “no
se llevaba bien con los cineastas húngaros porque ellos son directores y yo no.
Yo no sé lo que soy”.
Yo sé que, en mi juventud veía las películas más complejas y
extrañas que había y hacía que alguno de mis amigos, se durmieran en la sala. Con
los años cada vez soporto menos las disquisiciones filosóficas y la
experimentación de algunos cineastas. El objetivo del cine, como el de
cualquier otro arte es llegar al público. Existe el cine de autor, pero las
historias tienen que tener una coherencia por muchas lecturas que tenga cada
película.
El cine debe ayudarnos a reflexionar y también entretener, pero
no una tortura de siete horas y media de duración en que seguro,
aprecias la calidad de algunas imágenes, los planos, los contraplanos, los
colores o los movimientos de cámara, pero llegadas estas edades, no podrás
evitar alguna cabezada que otra.
No soy cinéfilo ni consumidor de las películas más experimentales posibles. Si hablamos de cine experimental ya lo hicieron los pioneros como los Lumiére, Melies, Murnau, Eisenstein o Griffith cuando sentaron las bases del séptimo arte. Hoy sigo amando el cine, pero también, me aburro soberanamente.
(PUBLICADO en LA VOZ. (15.5.23)
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