Cuando era niño siempre oía decir que España no era un
país racista. Lo comentaban los mayores cuando salía alguna noticia de crueldades
cometidas en Estados Unidos contra la población afroamericana o en Suráfrica
donde se vivía un “apartheid” discriminatorio y violento contra la población de
raza negra.
Aquí seguíamos sin ser racistas salvo cuando se trataba de
los gitanos que , en todos los estudios sociológicos que se hacían en este país,
tenían un notable rechazo de la población paya.
El realizador valenciano, Lorenç Soler me contaba hace años
que, cuando dirigió la película “Lola, vende cá” que hubo mucha tensión
en el rodaje entre los actores payos y gitanos. Era de la teoría que los seres
humanos somos todos racistas y que lo importante, lo que nos diferencia a la
mayoría de la población, es que seamos capaces de plantar cara al racismo de
forma tajante, ante cualquier situación que trate de discriminar al diferente.
Hasta entrados los años noventa no comenzaron a venir a
España magrebíes, subsaharianos o latinoamericanos de rasgos indígenas. Antes,
en nuestras calles, solo la presencia de los chinos que abrían un restaurante y
después “los todo a cien”.
En la última década del siglo XX comenzó a producirse un
cambio sustancial en nuestras ciudades. Gente proveniente de otros países, de
otro color, de otras razas, de otras culturas y tradiciones comenzó a formar
parte de lo cotidiano, del día a día y entonces si empezaron los primeros
incidentes racistas. España no era diferente al resto del mundo. Había racistas
en ese nuevo y colorido mosaico que recorría nuestras calles.
Los insultos a Vinicius, y los que ha habido con
anterioridad a otros jugadores como Iñaki Williams o Samuel Etoo han tenido
repercusión mundial y la actitud de un grupo de fanáticos ha vuelto a
recordarnos que el racismo sigue activo en nuestro país. No hay que ser benevolentes contra el racismo,
no podemos construir una sociedad en que se produzcan este tipo de actitudes.
Desde los años noventa somos un país multiétnico como nos lo recuerda el cine
con películas filmadas en aquella década en que sectores de nuestra sociedad se
oponían a la presencia de otras razas o nacionalidades .
Montxo Armendáriz reflejaba la explotación de los jornaleros
subsaharianos en “Las cartas de Alou”, al mismo tiempo que mostraba el rechazo a
un trabajador negro que, además, tuvo la osadía de mantener relaciones con la
hija blanca del dueño de la taberna. También incidieron en el racismo Imanol
Uribe (Bwana) , Chus Gutiérrez (Poniente), Alberto Rodríguez (El traje) , Manuel
Gutiérrez Aragón (Cosas que dejé en La Habana) , Iciar Bollain (Flores de otro
mundo) , Enrique Gabriel (En la puta calle) o Carlos Saura (Taxi) que mostraba
un grupo organizado de ultraderechistas que atacaba a los diferentes y que
mostraba la discriminación en nuestra sociedad.
Han pasado entre veinticinco y treinta años desde que se
rodaron aquellas películas . Mucho tiempo trascurrido para tratar de corregir
las actitudes de aquella España que había vivido aislada del mundo y solo veía a
gentes de otras razas en documentales de televisión , en el cine o entre los
norteamericanos que llegaron a las bases de Rota, Torrejón y demás bases pero
que solían tener poco contacto con la población . Ver las películas que he
citado u otras en la misma línea provenientes de otras cinematografías como la
norteamericana o la francesa ayudarían a nuestros jóvenes, en colegios e
institutos a acercarse a la realidad del problema y a debatir y analizar por qué
se producen actitudes racistas, como la vivida por Vinicius, en nuestro país. España,
como país, no es un país racista pero si
hay racistas y actitudes que hay que corregir desde el propio sistema
educativo.
PUBLICADO en LA VOZ.29.5.23)
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