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FOTO DE ALAMY |
Se decía que las mujeres siempre eran capaces de hacer dos cosas
al mismo tiempo. Los hombres por supuesto que no.
Con el móvil y sus aplicaciones he comprobado que aquello
era una leyenda urbana. Con el móvil he adquirido hábitos un tanto malvados. Cuando
por ejemplo, observo en el metro o en el autobús que alguno/ a se pasa de
estación o de parada siento una secreta satisfacción. Embobados como están con el
artilugio, con los cascos oyendo música o viendo videos, no es inhabitual que el
pasajero/a se pase de su destino.
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Foto de Alany |
Lo mismo ocurre en la calle y cuando ves que alguien va
haciendo eses o que frena inopinadamente sabes que el móvil lo acompaña. No
quiere decir que haya bebido, sino que está wasapeando, respondiendo una
conversación o deteniéndose para escribir algo. A veces chocas ante los
frenazos de quien te precede, pero también hay frenazos de vehículos para no
atropellar a los que cruzan más habitualmente la calle con el semáforo en rojo.
Miran el móvil y no las señales. Gran Vía es un buen sitio para detenerse y
observar como las personas cruzan las bocacalles que desembocan en la avenida
sin detenerse e incluso sueltan algún improperio si se sobresaltan cuando el
coche, el patinete o la bicicleta se ven obligados a detenerse o cambiar su
trayectoria para no arrollar al móvil y su dueño. En el coche se ven menos. El
bolsillo aprieta y las multas y los puntos son disuasorios
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Foto de Alamy |
Con el móvil nadie hace dos cosas al mismo tiempo. Los
hombres seguro que no y las mujeres tampoco. La cuestión es que ha venido para
quedarse y ya con nueve o diez años los niños lo piden a los Reyes. Es el
regalo por excelencia y si es el último modelo, mejor que mejor.
Mi hermana pequeña consideraba a nuestra madre una
superwoman. Decía, y lo decía tan convencida que ella la recordaba planchando, leyendo
y fumando un cigarro. Que cuando era niña admiraba aquella capacidad de nuestra
madre haciendo tres cosas a la vez. Supongo que plancharía con la derecha , retendría
el libro con la izquierda y sujetaría el cigarrillo con la comisura de los
labios, algo caídos, hasta que, dejando plancha o libro ,apoyase unos instantes
el cigarro en el cenicero. Es un recuerdo de infancia que los mayores no
entendemos porque la faltaba el niño en brazos. Ahí si es probable que tuviese razón,
pero nuestra madre no fumaba, solo en determinados actos sociales y sin
tragarse el humo y leía más bien poco.Lo suyo era sacar adelante una casa con
ocho hijos.
Me pregunto si la ha confundido con nuestro padre. No,
porque mi padre nunca planchó, fumó hasta que lo dejó y eso sí tenía siempre un
libro en la mano, apoltronado en el sillón de orejas que siempre fue su territorio.
Durante las tardes podía acompañarlo con un whisky y durante las mañanas con un
fino o un oloroso como ”Alfonso”.
Tenían móvil, pero no los agobiaba. No caminaban con él pegado
a la oreja , ni se ponían cascos, ni siquiera acertaban todas las veces con la
tecla que tenían que utilizar. Observo en el metro y todos están abducidos por
sus móviles. La mayor parte con mascarillas otros ni eso. Hoy vi a una pareja
que se pasaba de estación .Los dos imbuidos en la pantallita. Esbocé una
sonrisa cuando las puertas se cerraron antes de que pudieran descender del
vagón. En su caso no habían hecho nada bien. Solo estación tras estación
dándole a las teclas y sin comunicarse siquiera, entre ellos. Los demás sabemos que solo podemos hacer una cosa,
pero sería importante entender que hay vida más allá del móvil, la realidad virtual
o el metaverso que viene. Brindemos cara a cara
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