(voces.com) |
Claudia
Cardinale estaba maravillosa. Entrar a una película de mayores de 18 era toda
una odisea y en aquella ocasión lo habíamos conseguido. Había porteros en los
cines que no se diferenciaban mucho de los grises,
los serenos, o los guardias de El Retiro…Todos estaban animados por Doña
Censura y su único trabajo era prohibir. Una propaganda subversiva, una mala
compañía, un beso demasiado apasionado o que un jovencito imberbe no fuese capaz de soñar
en una sala oscura donde las insinuaciones, los abrazos o los recatados bikinis
eran motivo para que el censor, aleccionado por las sotanas, considerara gravemente peligrosas esas u otras
escenas. No a los malos pensamientos, aunque con los años descubrimos que esos
eran los buenos.
(Foto de Estamos rodando) |
Alguien
dijo ¿y si le comentamos al portero que
salimos a dar un paseo y que volvemos en hora y media para ver de nuevo la
película. Dejamos que proyecten la otra peli y regresamos. Los tres
estuvimos de acuerdo y el portero, cómplice, también.
Hablamos
mucho de la ola, pero poco de Claudia
a la que reservábamos para nuestra segunda cita. Cada uno fabricaba su propio
sueño.
-¿A dónde vais?
-Nos
dijo su compañero que podíamos dar una vuelta y entrar de nuevo en la sala.
-Su mujer se ha puesto de parto y vosotros no tenéis 18 años.
-Vamos, si ya hemos visto la película
-Y para qué queréis verla otra vez,
desvergonzados…Venga los carnets
El
tipo nos vociferaba y hacía que enrojeciésemos ante las miradas poco comprensivas
de unos, y cómplices de otros…Estábamos interrumpiendo el acceso a la sala .
Un
señor de sombrero y bigote falangista recomendó al portero que llamase a la
policía. Una señora hablaba de la falta de moral, y otras asentían con ojos
misericordiosos.
No
le dimos los carnets y si, al unísono, tres dedos corazón en posición vertical.
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