3/05/2022

PÁGINAS SUELTAS (18). IN THE ROAD

 

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A todos nos gustaba “In the road” la novela de Jack Kerouac. Era uno de los referentes literarios de mi generación, aunque los textos se hubiesen escrito algunas décadas antes. De la noche a la mañana decidimos emular, muy modestamente, el viaje de Sal Paradise recorriendo Estados Unidos de costa a costa. Lo nuestro era mucho más humilde. Viajar de Madrid a Ginebra.

La cosa surgió después de que se fuese al traste un descabellado proyecto por el que pensábamos recorrer el Sahara . Otros tres compañeros de la facultad y yo visitamos concesionarios de coches. grupos editoriales, cadenas de supermercados para conseguir patrocinadores. Necesitábamos algo más de medio millón de pesetas(3000 euros) para embarcarnos en aquella aventura que tenía pocos visos de salir adelante como así sucedió y eso que poco a poco conseguimos apoyos, entre ellos el de Juan Tomás de Salas , uno de los fundadores de Cambio 16, revista clave en la transición, que había visto la luz en 1971. De los cuatro “aventureros” solo dos tenían carnet de conducir. Los otros dos no habíamos conducido en nuestra vida y aquella aventura por el desierto necesitaba de mayor experiencia de la que teníamos. Además, en plenas negociaciones Antonio nos dijo que abandonaba y que se iba a Pulpí, en Almería a recoger tomate y Juanga , viendo cómo iba deshinchándose el proyecto, se embarcó en un viaje en tren por Europa. Ni José Manuel ni yo contábamos con suficiente dinero para viajar en tren y en Pulpí no quedaban plazas, por lo que decidimos recurrir al dedo o sea autostop, con la intención de llegar hasta Ginebra porque durante el verano había posibilidad de conseguir algún trabajo como camareros o en una fábrica no recuerdo exactamente de qué.

 

Postal Avda de América(Todo colección)

El viaje comenzó en la avenida de América, camino de Barcelona que era nuestra primera parada. Salimos a primera hora de la mañana. Todavía no sabía que prácticamente toda mi vida, desde que me casé, iba a vivir en esa zona

 Los ayuntamientos o algún monumento representativo eran nuestro lugar de encuentro. Debíamos esperarnos el uno al otro , no importaba el tiempo. En aquel viaje echamos de menos los móviles si hubiésemos sabido que iban a existir.  Hoy hay móviles pero mejores carreteras. Por eso no hay autostop. Nadie puede detenerse en mitad de una autovía.

Era complicado que te recogieran, pero mucho más complicado que nos llevaran a los dos. Nos separamos.

A mí me acogió un matrimonio aragonés de mediana edad con una niña de unos seis o siete años. Me pasé todo el viaje pendiente de que no me vomitara encima. Pedía a su padre que se detuviera, pero este no atendía a razones. “No paramos hasta Calatayud”. Y fue parar y la niña vomitó.  Seguimos hasta Zaragoza ya sin vómitos y con una conversación intrascendente.

El Pilar (Todo colección)
Jose me esperaba en el Pilar. Había llegado veinte minutos antes. El viajó con un comercial que regresaba a casa después de un par de días en Madrid. No llevaba una niña al lado.

Dimos un paseo rápido por el centro, con nuestras mochilas, tomamos unos bocadillos y enseguida otra vez, a la carretera. Nos recogió una furgoneta a los dos que nos trasladó hasta Fraga. Entramos en una gasolinera y allí un señor mayor, oyendo nuestras conversaciones, se ofreció a llevarnos hasta Lérida. Había menos de 40 kilómetros, pero se nos hicieron una eternidad. Conducía muy lento, con su cabeza casi incrustada en el cristal y luces largas que encontraban respuesta continua de los vehículos que venían de frente. No veía nada

En esa corta distancia hubo dos o tres sustos considerables. Uno fue un adelantamiento cuando venía otro coche de frente. Debió ser por el arcén el que nos permitió que todavía estemos por aquí. El señor trajeado, ni se inmutaba. Era un viejo abogado, ya jubilado, que vivía en el centro de la ciudad. Nos recomendó una pensión, pero cuando vimos los precios y viendo que era una buena noche nos buscamos un lugar para dormir al raso, con unas capas militares que habíamos comprado en el Rastro y utilizando las mochilas como almohada.

Nos lavamos por encima en los servicios de la estación de tren y volvimos a la carretera. Coincidimos con otro compañero de la Facultad que nos dijo iba camino de Niza. Se unió a nosotros. Yo llevaba poco más de 2000 pesetas(12 euros) y Jose 3000. Habíamos hecho un fondo común y el objetivo era aguantar hasta Ginebra.

La ida inicial era haber llegado la primera noche a Barcelona, pero no fue posible. El segundo día fue interminable. Nadie te recogía y si lo hacían era para desplazarte una decena de kilómetros. Hubo una mujer que rondaba los cuarenta, maestra, que me invitó a su pueblo donde pasaba las vacaciones. Le dije que no era posible porque estaba citado con mis compañeros en Barcelona . Antes de desviarse me invitó a un café en un bar de carretera. A Jose le recordaría lo fiel y formal que había sido.

Foto de Barcelona Turismo

Alguien me recogió y me dejó no muy lejos de la plaza de Sant Jaume donde estaba el ayuntamiento.  Jose y Roberto acababan de llegar. El último tramo lo habían hecho juntos. Antes de darnos un paseo por la ciudad y de buscar un lugar donde dormir, tomamos un fastuoso bocadillo de butifarra en un bar de la misma plaza, creo que ahora se llama “Frankfurt Sant Jaume” y al que he peregrinado toda mi vida siempre que he viajado a Barcelona. Pan caliente, la butifarra en su punto justo y una mostaza casera que nos obligó a repetir.

Con el estómago lleno nos pateamos la ciudad y acabamos en pleno barrio chino donde en una destartalada pensión nos dejaron una habitación para los tres por 100 pesetas. La dueña era una mujer gorda, de aspecto descuidado, que alquilaba las otras habitaciones a prostitutas y los clientes que no tenían miedo a las enfermedades y a la falta de higiene que había en el local. El retrete estaba al final del pasillo. En la habitación un grifo y una palangana descascarillada. Solo había dos camas, una de matrimonio. Nos lo jugamos a los chinos. Me tocó con Roberto quién buscaba algo más que dormir. Al fracasar en sus intentos, al día siguiente, dejó de viajar con nosotros. Fue un corto encuentro.

Convencí a Jose para que hiciésemos una última parada en Blanes, donde vivía o eso creía yo, un hermano de mi abuelo materno, Juan que fue médico en esta localidad de la Costa Brava. Estaba convencido de que por fin íbamos a comer caliente. Nos acercamos a la dirección que teníamos y preguntamos por aquí y por allá. No le conocían. Fuimos a una iglesia que había por la zona y el cura nos comentó que le conocía muy bien y que hacía dos años que se había jubilado. Había vuelto a Andalucía, a Siles, de donde era originario. En mi caso premio a la desinformación y lo que es peor, tampoco íbamos a comer caliente.

Estacionm de Blanes (wikipedia)

Pasamos la tarde en la playa y con pocas ganas de volver a la carretera. El fondo común, la vaca también la llamábamos, estaba bajando y nos quedaban más de setecientos kilómetros hasta llegar a Ginebra. Aquella noche no hubo pensión y dormimos en los bancos de madera de la estación de tren. Nadie nos despertó. Solo nuestras espaldas se quejaron cuando llegaron los primeros viajeros para los trenes de la mañana. No es recomendable pasar la noche en un banco. Nos pusimos en marcha y llegamos a Gerona a la hora de comer, es un decir, porque comer, lo que se dice comer más bien poco.

El calor apretaba de lleno. El sol mediterráneo ocultaba la sombra. Gerona me pareció una ciudad fantasma. No había un alma en la calle. Entramos por la zona industrial y estuvimos un buen rato caminando hasta que hallamos atisbos de vida. Otro bocadillo para salir del paso y destino la frontera.  Recuerdo vagamente Cadaqués y Figueras antes de pasar al otro lado. Inauguré mi pasaporte y no sabía que pronto me lo quitarían. Pensábamos que a partir de ahí iba a ser coser y cantar que, en Francia nos recogerían pronto pero no había manera. La persona que nos llevó hasta Perpignan nos dijo que había una campaña contra los autostopistas porque hacía pocos días que dos chicas habían matado a un conductor que, al parecer, había intentado abusar de ellas.

No había sitio en el albergue y acabamos durmiendo en el prado que estaba junto al edificio en las afueras de la ciudad. A las tres de la mañana la policía llegó para echarnos. No dejaban que durmiéramos al raso. Los treinta o cuarenta que estábamos allí tuvimos que dispersarnos, pero cuando vimos que se alejaban volvimos para continuar durmiendo.

Habíamos comprado salchichón en un supermercado. El problema fue que lo embadurnamos de mostaza picante porque yo me había equivocado al coger el bote de mayonesa. Cogí el más barato del estante y era de moutarde en lugar de maionese. Problemas de estar pendiente del céntimo.

Durante buena parte de la mañana hicimos autostop, pero nadie se detuvo. Cansados, caminamos hasta la playa de Canet, la más próxima a la ciudad. Con nuestros meybas nos sentíamos como López Vázquez en medio de una playa llena de cuerpos esculturales y los primeros top-less que veíamos en nuestra vida. Era el verano del 72  y pocos kilómetros de nuestro país se respiraba y vivía de otra manera.

Nos bañamos en el mar , pero echaba de menos una ducha caliente, desde que habíamos salido de Madrid nos lavábamos como podíamos . Conseguimos plaza en el albergue.  Me fui al cine a ver “Jesucristo super-star” pero en agosto no había entradas. Acabé en una sala próxima viendo una película erótica, no porno, bastante mala, pero con imágenes que nos estaban vedadas todavía, en aquella España tan casposa.  Jose se quedó con el fondo común porque en principio no iba a salir del albergue.

Cuando regresé no estaba. Era tarde. Hacia las doce los perros ladraron desaforadamente. Oí a Jose hablar con el encargado, pero no le dejó pasar. A la mañana siguiente entró a tomar el desayuno que ya habíamos pagado. Se lo había jugado en el casino. Me dijo que empezó muy bien y se animó. Al final perdió todo. Nuestro capital se reducía a unos pocos francos y a unas trescientas pesetas que había guardado para nuestro regreso a España. Hicimos otro intento en la carretera. Nadie se detuvo.

Una pareja española se vino con nosotros a la playa. Compramos una barra de pan y la acompañamos de la mostaza de Dijon que nos quedaba. Ellos tenían un poco de queso. No teníamos dinero para dormir en el albergue y volvimos al prado. Jose se fue de madrugada a descargar unos camiones y recuperar así algo de lo perdido. Pude colarme en el albergue y me pegué otra ducha. Cuando Jose volvió agotado yo le dije que no teníamos muchas posibilidades de llegar a Ginebra. habíamos pasado tres días en Perpignan, sin hacer ni un kilómetro, ni siquiera para ir a la playa porque nadie se detenía para recogernos. Además, nos arriesgábamos a intentar llegar a Ginebra y que no encontráramos trabajo.  Tampoco podíamos volver a Madrid porque nuestros padres estaban de vacaciones.


Noja: años setenta (Todo colección)

Nos dirigimos hacia Cantabria, concretamente a Noja donde pasaban las vacaciones  mis padres y hermanos . En Barcelona dormimos en un hotel con baño propio con los francos que Jose había conseguido descargando camiones. Desayunamos a conciencia y tuvimos la suerte que en el hotel se les olvidara incluirnos el desayuno en la factura. No se lo recordamos y seguimos con nuestro dedo camino de Bilbao, con las paradas lógicas de cambio de vehículos y esperas un poco más cortas. Recuerdo Bilbao como una ciudad sucia , vieja y agobiante por la proximidad de los hornos y otras fábricas de su zona industrial. Nada que ver con la ciudad que es en la actualidad y que se ha convertido en uno de los lugares que más me gusta visitar. Aquel fugaz paso por Bilbao me dejó un mal sabor de boca en todos los sentidos. Entramos en un bar repleto de pinchos y solo nos dio para un pepinillo relleno y un zurito cada uno.

Para rematar el viaje nos recogió un camionero que tardo casi tres horas en 80 kilómetros. Mis padres me habían dejado la dirección antes de salir de Madrid. Creo que no se sorprendieron tanto cuando nos vieron y menos cuando devoramos los platos hondos de espaguetis boloñesa que habían sobrado del mediodía. No teníamos sitio para dormir porque había un amigo de mis hermanos. Pasamos la noche en el prado exterior, en una tienda de campaña, pero con nuestros estómagos repletos.

De todas maneras, yo todavía no había escarmentado. Al día siguiente mis amigos Fede y Nacho vinieron a buscarme para llevarme a Comillas Los dos ya no están, murieron hace unos años y los recuerdo con frecuencia. Te gustaría volver atrás pero eso ya es imposible.   Jose optó por regresar a la sierra de Madrid después de ponerse en contacto con su familia. Yo pasé unos días más que precarios en Comillas, primero en el camping y después en el garaje de la casa que alquilaban los hermanos de Nacho que me surtía de comida. Fede había tenido que regresar a Madrid por un asunto importante relacionado con su ingreso en la universidad. Hubo una noche que dormí en la playa y la guardia civil me despertó apuntándome con un fusil. No se podía dormir en la playa, no se podían hacer muchas cosas y tampoco encontré demasiado apoyo entre los conocidos de Comillas, salvo Nacho que me ayudó a sobrevivir los días que pasé allí y que junto a las gestiones que hizo Fede desde Madrid, consiguió que un amigo de su padre que tenía que viajar el fin der semana me llevara de regreso a la ciudad.

No volví a hacer autostop. Ni siquiera entre pueblo y estación como hacíamos en Pozuelo. De todas maneras, aquel viaje ,de poco más de una semana,  me enseñó que las cosas en la vida no son tan fáciles, que no siempre hay un plato caliente esperándote. Había que ingeniárselas para seguir adelante y buscar soluciones en los malos momentos. Aquel viaje con Jose, con el que he mantenido la amistad durante toda la vida y con el que trabajé en REE, fue realmente la primera vez que salí del nido, la primera ocasión en que mis padres no estaban detrás para solucionar cualquier problema.

Lo que no me hice fue adictivo a los viajes. No entendí ya, en este siglo, antes de la pandemia, la necesidad de que los jóvenes cogieran un vuelo tras otro para pasar unas horas en cualquier ciudad europea. Daba la sensación de “y yo más”, como si acumulasen puntos por haber estado, aunque fuera efímeramente, en cualquier punto del viejo continente.

Después de aquel viaje tardé mucho en volver a salir de España. Si la memoria no me falla creo que no fue hasta principios de los ochenta.

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