9/20/2024

MANZANARES : Cerrar la puerta

 

Me detengo ante el cuarto vacío y las paredes desnudas. No hay sonidos y quiere no haber pasado. Esas habitaciones saben, aunque lo quieran ocultar.  Miro a través de la ventana y el jardín también se calla. Hoy, los pájaros tampoco cantan. No oigo el riego de la manga, ni la escoba recogiendo las hojas, no hay pasos ni carreras. No oigo ladrar y., sin embargo, hubo un tiempo en que pasos, carreras, risas, ladridos se confundían con el viento y el mecerse de las ramas.

Llega el atardecer y veo en las paredes los cuadros que ya no están y en el cuarto los libros que ojeaba entre vinilos y dvds. Ya se fueron, pero están como los ladridos de Trosky, Nuca, Greta, Audrey, Niebla, Wallace, Wendy … que corrían, curiosos,  al chirriar de la puerta de entrada. Alguien, un día, colocó sensores para alejar a los perros, pero estos seguían corriendo. Ese alguien rompió la convivencia y comenzó a destruir lo que habíamos fraguado durante décadas. Desde ahí todo fue en picado…

Escucho a los pájaros, a los mirlos que nos despertaban cada mañana. Me levanto y bajo al pueblo. Pan, periódico y churros. Es temprano y la temperatura ya es alta. Hoy será un día caluroso. Limpiaré la pequeña piscina donde mis hijos se zambullirán durante todo el tiempo que quieran . A la tarde querrán bajar al pueblo porque son las fiestas. Antes habrá que pensar en la comida. Pepa está ya con sus flores y la Yeya se hace dueña de la cocina . Es nuestro primer día de vacaciones después de una quincena subiendo y bajando a Madrid en el 127, calimero, sin aire acondicionado porque entonces no lo había. Ventanillas abiertas de par en par, ruido ensordecedor y calor asfixiante. Primero paraba en la Clínica de la Concepción, después subía a Prado del Rey . Una larga tarde y pasadas las diez el camino de regreso. Los niños, todavía están despiertos, nos esperaban.

Entonces todos convivíamos en el piso de arriba porque el apartamento inferior no estaba acondicionado, tampoco el garaje y el estudio y el terreno limítrofe era un territorio salvaje , lleno de maleza , desnivelado y habitáculo de arácnidos y reptiles.

Esa noche cenamos en la terraza. Entonces soñabas que el pantano era el mar en calma. Arriba el cielo estrellado ,limpio, sin contaminación y fuera el sonido de los grillos .La televisión estaba dormida, ya vendrían las películas en vhs, y nos dejábamos llevar por la calma y una suave brisa que apaciguaba los calores de agosto.

Con el tiempo la parcela colindante se limpió , se niveló e incluso fue escenario de tardes de futbol antes de que llegase la piscina que ahogó la buena sintonía. Los que no iban fueron y los que iban empezaron a alejarse. La piscina se convirtió en el centro cuando antes lo era la mesa en torno a la que nos reuníamos los que allí estábamos y los que venían de Cádiz. Cenas y comidas de manteles de cuadros, cazos con el gazpacho, platos hondos de espagueti, arroces, albóndigas y filetes empanados para nutrir un batallón. Cerveza, tinto con casera y si todo iba bien, helados de corte o cucurucho.

Los recuerdos se agolpan , se superponen y las fechas bailan. Son muchos años , desde mediados de los setenta, sin coche y en autobús camino del pueblo hasta que tuve a “calimero”.  Al llegar La Taurina o Goyo eran dos buenas alternativas . Después la cuesta hasta casa. Medio kilometro la separaba del pueblo. Era verano, pero no había mucha gente. No recuerdo si había terrazas . En Goyo el pincho de cabrales; en La Taurina el pulpo con mayonesa. Maxi y Antonio eran dos veinteañeros, sus padres regentaban el local. De camino, el castillo que, siempre recuerdo iluminado en las noches , aunque no lo estuviera. Al terminar la cuesta una era desnuda. Todavía no estaba el Centro de Salud y después un corto tramo hasta la puerta que chirriaba. Frente a ella, el monte. Las piedras que escalaba Pepa con mis hijos y sus otros nietos. La montaña llamaba a nuestra puerta y no pensábamos que algún día ya no sería. Casas y casas cubrirían el espacio y atrancarían la puerta del monte

Se han cerrado muchas puertas, muchas ventanas , muchos caminos , muchos recuerdos, aunque me resisto a olvidar los buenos. Ver a la yeya controlando la paella en la barbacoa de piedra; a Pepa haciendo equilibrios para cortar una rosa; a Pilar luchando con las arañas, a mi padre devorando unos callos en agosto ; a mi madre, siempre tan arreglada, adormecida por el calor de la sobremesa y a mí sobre la bicicleta rodeado de hijos y sobrinos camino de lugares tan lejanos como El Boalo donde poníamos “conferencias” a casa ,desde la cabina de la plaza del pueblo.

Se cierran casi cincuenta años de mi vida, de nuestras vidas viendo esas paredes desnudas, que, sin embargo, mantienen vivos los recuerdos. Espero que pervivan los buenos . Los del olor a tierra mojada y no los de rayos y tormentas. Que queden las risas y no los gritos;  que haya días de sol y de lluvia; y como escribió William Wordsworth:

Aunque ya nada puede devolver la hora del esplendor en la yerba,

de la gloria en las flores

No hay que afligirse ,porque siempre la belleza subsiste en el recuerdo.

 Cuando cierro la puerta, por última vez y echo una mirada a la profundidad del jardín siento que mis nietos no hayan podido disfrutar más de la casa de sus bisabuelos .Manzanares es ya pasado.  

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