Me detengo ante el cuarto vacío y las paredes desnudas. No hay sonidos y quiere no haber pasado. Esas habitaciones saben, aunque lo quieran ocultar. Miro a través de la ventana y el jardín también se calla. Hoy, los pájaros tampoco cantan. No oigo el riego de la manga, ni la escoba recogiendo las hojas, no hay pasos ni carreras. No oigo ladrar y., sin embargo, hubo un tiempo en que pasos, carreras, risas, ladridos se confundían con el viento y el mecerse de las ramas.
Llega el
atardecer y veo en las paredes los cuadros que ya no están y en el cuarto los
libros que ojeaba entre vinilos y dvds. Ya se fueron, pero están como los
ladridos de Trosky, Nuca, Greta, Audrey, Niebla, Molly, Wallace, Wendy … que corrían, curiosos,
al chirriar de la puerta de entrada.
Alguien, un día, colocó sensores para alejar a los perros, pero estos seguían
corriendo. Ese alguien rompió la convivencia y comenzó a destruir lo que
habíamos fraguado durante décadas. Desde ahí todo fue en picado…
Escucho a
los pájaros, a los mirlos que nos despertaban cada mañana. Me levanto y bajo al
pueblo. Pan, periódico y churros. Es temprano y la temperatura ya es alta. Hoy
será un día caluroso. Limpiaré la pequeña piscina de plástico donde mis hijos se zambullirán
durante todo el tiempo que quieran . A la tarde querrán bajar al pueblo porque
son las fiestas. Antes habrá que pensar en la comida. Pepa está ya con sus
flores y la Yeya se hace dueña de la cocina . Es nuestro primer día de
vacaciones después de una quincena subiendo y bajando a Madrid en el 127, calimero,
sin aire acondicionado porque entonces no lo había. Ventanillas abiertas de par
en par, ruido ensordecedor y calor asfixiante. Primero paraba en la Clínica de la
Concepción, después subía a Prado del Rey . Una larga tarde y pasadas las diez, el camino de regreso. Los niños, todavía estaban despiertos, nos esperaban.
Entonces todos
convivíamos en el piso de arriba porque el apartamento inferior no estaba
acondicionado, tampoco el garaje y el estudio y el terreno limítrofe era un
territorio salvaje , lleno de maleza , desnivelado y habitáculo de arácnidos y
reptiles.
Con el
tiempo la parcela colindante se limpió , se niveló e incluso fue escenario de
tardes de futbol antes de que llegase la piscina que ahogó la buena sintonía. Los
que no iban fueron y los que iban empezaron a alejarse. La piscina se convirtió
en el centro cuando antes lo era la mesa en torno a la que nos reuníamos los
que allí estábamos y los que venían de Cádiz. Cenas y comidas de manteles de
cuadros, cazos con el gazpacho, platos hondos de espagueti, arroces, albóndigas
y filetes empanados para nutrir un batallón. Cerveza, tinto con casera y si
todo iba bien, helados de corte o cucurucho.
Se han cerrado
muchas puertas, muchas ventanas , muchos caminos , muchos recuerdos, aunque me
resisto a olvidar los buenos. Ver a la yeya controlando la paella en la
barbacoa de piedra; a Pepa haciendo equilibrios para cortar una rosa; a Pilar
luchando con las arañas, a mi padre devorando unos callos, en agosto ; a mi
madre, siempre tan arreglada, adormecida por el calor de la sobremesa y a mí
sobre la bicicleta rodeado de hijos y sobrinos camino de lugares tan lejanos
como El Boalo donde poníamos “conferencias” a casa ,desde la cabina de la plaza
del pueblo.
Se cierran casi cincuenta años de mi vida, de nuestras vidas viendo esas paredes desnudas, que, sin embargo, mantienen vivos los recuerdos. Espero que pervivan los buenos . Los del olor a tierra mojada y no los de rayos y tormentas. Que queden las risas y no los gritos; que haya días de sol y de lluvia; y como escribió William Wordsworth:
Aunque ya
nada puede devolver la hora del esplendor en la yerba,
de la
gloria en las flores
No hay
que afligirse ,porque siempre la belleza subsiste en el recuerdo.
Cuando cierro la puerta, por última vez y echo
una mirada a la profundidad del jardín siento que mis nietos no hayan podido
disfrutar más de la casa de sus bisabuelos .Manzanares es ya pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario