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Los cines de varano forman parte de mi vida y de las de muchos de mi generación. Con las ciudades dormidas, las playas y los pueblos de la sierra alargaban la noche con las sesiones en la plaza del pueblo o en la era del Sr. Juan.
Aquellas
eran noches de aventuras que, a veces, se convertían en noches de insectos, con
forma de cáscara de pipa, que cubrían todos los rincones, después de
escucharlas crujir en los dientes del vecino, de su familia y de los amigos de
su familia.
También
era un lugar donde degustar las palomitas y sorber con la pajita el refresco de
turno que ahora inunda las salas de cualquier centro comercial, donde el
extraño que va a ver la película eres tú, porque el resto cuchichea para
preguntar si quieres más palomitas, más
cola ,más naranja o más limón.
A
los cines de verano no llegaban las películas que estaban en cartelera. Eran
clásicos o películas que habían tenido algún éxito durante la temporada. Eran lugares
en que, si eras capaz de abstraerte de las pipas y de los insectos reales,
podías llegar a soñar que las rosas
púrpuras de El Cairo descendían de la pantalla camino del patio de butacas
para susurrarte historias ya contadas.
Una de aquellas rosas me habló de unas piernas nunca vistas. Pertenecían a una actriz alemana que años después huiría de los nazis. Marlene Dietrich era el Ángel Azul que, despechada, y casi arrastrándose seguiría a Cary Cooper por las arenas del desierto en Morocco.
Hubo
otro vestido, que recuerdo rojo, aunque no lo fuera , que llevaba una mujer de
curvas infinitas que competía con las cataratas, y que, en otra ocasión, fue
la tentación que vive arriba , que retaba el calor guardando su ropa
interior en la nevera.
He
olvidado ya…los sonidos de la pantalla, y he dejado que sean ellas, las rosas, quiénes me cuenten sus
historias. Rosas púrpuras de El Cairo que hablan de los sueños de una noche de
verano mientras en el recuerdo palpitan los versos de William Wordworth y el
esplendor en la yerba, aunque ese esplendor ,aquellos veranos, tuviesen como
escenario un solar desnudo al que habíamos llegado con la silla bajo el brazo.
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