4/06/2022

MORIR EN UCRANIA

 

 

Javier Bauluz: describe con esta imagen muerte y lealtad en Bucha

Suena la alarma. Son las 7.30 de la mañana. Como todos los días prepara la cafetera. Se afeita y se ducha, Putin anuncia que no invadirá Ucrania. Despierta a los niños. Se habían duchado antes de acostarse. Su mujer trabaja de noche en el hospital, hoy librará y dormirá en casa. Desayunan. Él un café bebido. Los dos niños cacao, galletas y un zumo de naranja. Se apresuran con los abrigos y los gorros. Hace frío. Al invierno le cuesta retirarse. El colegio está a menos de quinientos metros. Cogen sus bicicletas. El continuará hasta el trabajo. Los besa y será su madre quien los recoja. A las diez y media tiene una entrevista con el gerente de la ópera de Mariúpol. Resulta una charla agradable, los dos hablan de los próximos espectáculos, aunque se muestran escépticos con el anuncio de Putin. No se fían del líder ruso. Al mediodía come cerca del periódico con dos compañeros. El frío sigue siendo muy intenso.  La tarde en la redacción es apacible, sin sobresaltos. Las noticias están dormidas. Solo rumores. Cuando llega a casa está su mujer. Los niños ya se han dormido. Ha preparado una sopa de remolacha (borsch) y una salchicha (kovbasa). Hablan poco. La serie que están viendo deja de interesarles. Se van a la cama. Esa noche hacen el amor. Lo hacen con fiereza, con rabia como si presagiaran que algo iba a suceder.

Son las dos y suenan las sirenas. Corren al sótano con los niños donde ya encuentran a otros vecinos. Todos arrancados del sueño. Un bebé llora. Huele a humedad y hay moho en las paredes. Siguen llegando vecinos con el rostro desencajado. Pronto las primeras explosiones, pronto ruidos ensordecedores con edificios derrumbándose. Se entremezclan explosiones con gritos, lloros, rezos y alguien se atreve a entonar una canción. Suena “Imagine”

Cuanto tiempo han estado em el sótano, dos, tres horas, un minuto, una eternidad. Se asoman con recelo . Ya no hay calle, ni farolas, ni arboles ni siquiera el pequeño parque infantil en que jugaban los niños. Solo un columpio que se mece por el fuerte viento. Su casa ha resistido. Los cuatro se miran incrédulos. Nadie ha pronunciado palabra. Voces les indican maneras de protegerse. Voces suenan en una ciudad devastada, la misma que ayer conocían y que hoy es un esqueleto de edificios que fueron .

Todo ha cambiado de un día para otro , todo es diferente. Mariúpol es hoy una ciudad fantasma ,Ayer la gente caminaba por la calle y algunos reían. La panadería, la pizzería, la farmacia… son un montón de escombros. Coches destrozados y algunos siguen ardiendo. Cráteres en el suelo. Falta poco para que bombardeen la ópera. Con cientos de refugiados intentando protegerse. Medio millón de habitantes a las puertas del Mar Negro. Quedan poco más de cien mil que no han podido salir a buscar refugio. Mariúpol es ciudad mártir como lo fue Gernika o como lo fueron Sarajevo y Alepo…Las bombas no entienden de vidas. Las bombas hacen que nada sea como ayer. Las bombas derriten la memoria…

Bucha devastada con cuerpos de civiles esparcidos por sus calles. Civiles maniatados, muertos de cualquier manera, con los tiros de la guerra, de todas las guerras , de esas malditas guerras y de todos los que las promueven desde el confort donde están asentados.

Me detengo en una fotografía de Javier Bauluz. Una bicicleta abatida y junto a ella el cadáver de quien la montaba.  Un perro observa la escena . Está medio echado preguntándose por qué su dueño no vuelve a subirse en la vieja bicicleta verde . El hombre marchaba o regresaba a casa . Se quedó en esas calles o carreteras que nunca volverán a ser las mismas. ¿Quién dio la orden? ¿Quién ordenó matar?

La alarma de Mariúpol ya no sonará como ayer.

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