Fotografía El español |
Resulta que no lo somos, pero se empeñan en que lo seamos.
Nos tratan como a seres caducados. Mi padre, cuando mi madre le abroncaba por
tomarse el segundo vaso de vino , le decía tranquilamente:
No te preocupes tengo 82 años y estoy caducado como el
yogur. La esperanza de vida no llega a los 80 por lo que llevo tres de regalo. Ese
era mi padre, pero hay otros muchos padres que se han visto superados por la
revolución tecnológica en la que nos hemos ido metiendo desde principio de los noventa.
Mi padre, que murió hace catorce años tenía formación universitaria y una larga
carrera profesional, pero dudaba con los euros y te preguntaba si llevaba
doscientos en la cartera si era mucho dinero.
Pues mira, le decíamos, es como si hubieses salido
a tomarte una caña con cuarenta mil pesetas encima. Se reía y decía “bueno
es por si queríamos tomar más de una, avisa a tus hermanos”.
A mí, y a mis compañeros de generación nos costó menos, y la
adaptación la fuimos haciendo paulatinamente. No obstante, todavía, a veces, me gusta reconvertir en pesetas lo
que me ha costado un vino o unos langostinos. El otro día, en Sanlúcar pedimos
uno, bastante lustroso la verdad, y nos cobraron 3 euros con 50 céntimos. O sea
que un langostino son 700 pesetas de las de antes.
Fot.(ABC color) |
Mi generación tuvo que adaptarse en nada a los ordenadores
que sustituían a las máquinas de escribir y que encima venían con las noticias
incluidas sin tener que desplazarte a la sala de teletipos y más cuando sonaba
la chicharra para darte una noticia urgente. Tampoco tenías que subir al Archivo Sonoro
para pedir un disco o un documento todo se iba incorporando a los ordenadores en
los que se editaba, montaba o redactaba. Hoy un periodista con un móvil es el
rey del mambo, nosotros hasta los noventa nos las ingeniábamos de mil maneras
diferentes para mandar una crónica buscando una cabina en la calle o entrando
en un bar donde te facilitasen una ficha, una especie de moneda, para poder hablar con el interlocutor que
tuvieses en la redacción o enviar la crónica a control central.
Fot. (Asociación vecinal de Barajas) |
“Soy mayor pero no idiota” la campaña llevada a cabo por el
médico jubilado Carlos San Juan, reunió más de 100.000 firmas, pero noto que
nos siguen tomando por el pito del sereno. Cierran sucursales bancarias por
doquier, pueblos que se quedan sin ningún banco; las citas presenciales para reclamar en las compañías del gas,
electricidad o telefonía pertenecen
también a ese pasado; los billetes de transportes ; la entrada en los museos,
en los espectáculos , en los restaurantes todo se va limitando a una fría
relación entre el hombre y la máquina que, en ocasiones, te sale respondona y
después de hacer toda la operación, zas, por arte de magia, te dice que vuelvas
a repetirla.
Hay máquinas idiotas porque los sistemas fallan más de una vez
y por eso te cobran recibos erróneos que te cuesta un mundo poder reclamarlos o
te atribuyen un cambio en los pagos de la tarjeta cuando tú tienes la seguridad
de que no has establecido ninguna cantidad fija mensual. Máquinas tan idiotas
como algunos empleados que no pueden entender que los artilugios que acabarán
quitándoles el trabajo puedan errar y te tratan de manera casi compasiva y con
cierto aire de superioridad atribuyéndote el error.
Hay vida más allá del móvil, de internet y de toda la
parafernalia que los acompaña. Son útiles, pero nos hacen inútiles. Yo, por si
acaso, antes de hacerme más mayor, me voy a tomar una cerveza y poner, he dicho
bien, una película en el reproductor o si se tercia un disco en el vinilo. Eso sí, apago el móvil.
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