Se que la vi en el cine Luchana y poco después, una madrugada
volviendo a casa en el barrio de Chamberí, después de una noche de cervezas, me
topé de frente con uno de esos animales que en dos patas me miraba desafiante, o
eso me parecía a mí. Estaba quieta en la acera, molesta porque seguramente
había perturbado su festín de basura. Reaccioné violentamente y la pateé con
todas mis fuerzas, con las mismas que generaba a los veinte años cuando
golpeaba el balón. Noté un crujido, pero no fui capaz de ver donde había caído
la rata. No hice nada por investigarlo por si tenía algunas compañeras por la zona
que quisieran vengarla.
El otro día recordé la anécdota cuando nos cruzamos con uno
de esos especímenes en Valdelagrana, en el Puerto de Santa María y
durante el confinamiento vi más de una en el barrio de la Guindalera cuando
caminaba solitario camino del mercado. Las ratas afloraron aprovechando que las
calles se habían quedado vacías que, apenas, había viandantes y los coches
pasaban con cuentagotas por las avenidas.
Cuando las veía pasar fugazmente, ninguna se detenía y se encaraba como aquella a la que golpeé, compinche o heredera de las que protagonizaban la “Revolución de las ratas”.
Ahora leo en el periódico que en uno de los hospitales
insignia de la comunidad de Madrid, el “Gregorio Marañón”, un buen puñado de
ratas campan por la cocina desde el pasado mes de mayo. Más de un empleado
entra en pánico cuando se cruzan con los roedores que cada vez son más grandes
y se sienten más seguros.
Se alimentan de la mucha basura generada y los intentos de
desratización que se han llevado a cabo siguen sin funcionar. Los animales se
reproducen con facilidad y el temor es ahora que, sean capaces de ascender a la
primera planta y se paseen por los pasillos del hospital.
Bastante desagradable es estar ingresado en un centro
hospitalario como para tener como vecinos a los roedores más abominados por los
humanos que, parecen haber aumentado su población, por el poco caso que les
hemos hecho a consecuencia de la pandemia. Había otras prioridades y las ratas
las han aprovechado, aunque para ello se pertrechen en uno de los mejores hospitales
del mundo, según prestigiosas publicaciones internacionales.
Quizá tenga explicación. Cuando llamemos para concertar una
cita médica, cuando nos digan que necesitamos una intervención quirúrgica o un
tratamiento específico, las listas de espera interminables podrán achacarse a
que una plaga de roedores se extiende por nuestros hospitales y que esa razón y
no otra es la causa del colapso de nuestra sanidad pública.
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