7/23/2022

RATAS

 


 


 Somos muy pocos los humanos que no sentimos aversión hacia las ratas. Recuerdo, en mi juventud, una película titulada “La revolución de las ratas”, no el director ni los actores, aunque podría buscarlo en internet, en que un chico era capaz de adiestrar a las ratas para que le obedeciesen en todas sus perversidades. Era el jefe de un ejército que acabaría volviéndose contra él.

Se que la vi en el cine Luchana y poco después, una madrugada volviendo a casa en el barrio de Chamberí, después de una noche de cervezas, me topé de frente con uno de esos animales que en dos patas me miraba desafiante, o eso me parecía a mí. Estaba quieta en la acera, molesta porque seguramente había perturbado su festín de basura. Reaccioné violentamente y la pateé con todas mis fuerzas, con las mismas que generaba a los veinte años cuando golpeaba el balón. Noté un crujido, pero no fui capaz de ver donde había caído la rata. No hice nada por investigarlo por si tenía algunas compañeras por la zona que quisieran vengarla.

El otro día recordé la anécdota cuando nos cruzamos con uno de esos especímenes en Valdelagrana, en el Puerto de Santa María   y durante el confinamiento vi más de una en el barrio de la Guindalera cuando caminaba solitario camino del mercado. Las ratas afloraron aprovechando que las calles se habían quedado vacías que, apenas, había viandantes y los coches pasaban con cuentagotas por las avenidas.

Cuando las veía pasar fugazmente, ninguna se detenía y se encaraba como aquella a la que golpeé, compinche o heredera de las que protagonizaban la “Revolución de las ratas”.


Ahora leo en el periódico que en uno de los hospitales insignia de la comunidad de Madrid, el “Gregorio Marañón”, un buen puñado de ratas campan por la cocina desde el pasado mes de mayo. Más de un empleado entra en pánico cuando se cruzan con los roedores que cada vez son más grandes y se sienten más seguros.

Se alimentan de la mucha basura generada y los intentos de desratización que se han llevado a cabo siguen sin funcionar. Los animales se reproducen con facilidad y el temor es ahora que, sean capaces de ascender a la primera planta y se paseen por los pasillos del hospital.

Bastante desagradable es estar ingresado en un centro hospitalario como para tener como vecinos a los roedores más abominados por los humanos que, parecen haber aumentado su población, por el poco caso que les hemos hecho a consecuencia de la pandemia. Había otras prioridades y las ratas las han aprovechado, aunque para ello se pertrechen en uno de los mejores hospitales del mundo, según prestigiosas publicaciones internacionales.

Quizá tenga explicación. Cuando llamemos para concertar una cita médica, cuando nos digan que necesitamos una intervención quirúrgica o un tratamiento específico, las listas de espera interminables podrán achacarse a que una plaga de roedores se extiende por nuestros hospitales y que esa razón y no otra es la causa del colapso de nuestra sanidad pública.

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