Desde mi terraza, veo el mar. Lo llevo viendo desde hace cinco veranos. Cada día me sorprende con algo nuevo. Azul intenso, pálido, verdoso,apagado por la bruma, radiante por un sol que lo hace brillar,oscurecido por la noche e iluminado por las luces del puerto o de Baiona,,al otro lado de la bahía.
Me asomo a la terraza y veo una pantalla cambiante mientras escucho el runrún de las olas y veo la playa crecer y decrecer al mismo tiempo que la marea. Aquí la gente prefiere las tardes, a las mañanas y los días muy soleados, Panxón y la vecina Playa América ven llegar a sus moradores después de la comida porque la tarde se alarga hasta pasadas las nueve , con la puesta de sol. y el ocaso del día. La vista tampoco deja de sorprenderte los días oscuros en que la lluvia, acompaña nuestros pasos y aprisiona con más fuerza nuestras huellas en la arena.
Son días que entristecen a quienes buscan la intensidad del sol, a quienes caminan imbuidos,sin rostro, en esas máscaras del nuevo tiempo que vivimos. Amanecen mañanas esplendorosas y brillantes y al rato las tardes se vuelven brumosas, con la lluvia salpicándonos a nuestro paso.En esta tierra nada es lo que parece y lo ves en las nubes amenazantes sobre las montañas o en las que vienen del mar, rozando las Cíes que, sin saber como, ,dejan de estar..
Camino por la playa,temprano, todos los días. Uno, dos, hasta seis mil pasos,variantes según esté la marea.Esta mañana que llovía,suavemente,eramos pocos los que hacíamos el recorrido entre punta y punta. La leyenda dice que si tocas la pared que marca la montaña de Lourido y la que hay al otro lado, junto al puerto, volverás el año que viene.
Panxón es un lugar que se mantiene en el pasado. No hay algarabía, ni sonidos estruendosos. Solo ruidos atenuados en el paseo donde se suceden los bares y restaurantes. No suena Rosalía, ni siquiera la gaita de Carlos Núñez que este fin de semana estará en Monteferro , solo se oye el mar ,el suave batir de las olas mientras lo miras desde la terraza y oteas la inmensidad del entorno.
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