“Joker” es
una película antisistema, una sorpresa para un filme que proviene de Hollywood,
una industria abiertamente conservadora en todas sus producciones que no se ha
distinguido nunca por hacer propuestas contrarias a lo correctamente
establecido.
En EEUU, en
su estreno, se prohibió que los espectadores acudiesen al cine disfrazados o
cuanto menos utilizando las máscaras del personaje que interpreta Joaquín
Phoenix. Afortunadamente no pasó nada, pero algunos pensaron que cualquiera de
gatillo fácil podía organizar una masacre.
Arthur
Fleck, así se llama el personaje, es un perdedor con mayúsculas, pero es un
perdedor al que la sociedad ayuda a que se sienta aún peor y que recupere sus
tendencias psicópatas. Arthur sueña con ser humorista, pero tiene que
conformarse con vestirse de payaso, para anunciar algún comercio en la calle, o
acudir a los hospitales para entretener a los niños enfermos. No tiene un
comportamiento violento porque está medicado. Cuando se suspenden las ayudas
sociales y se queda sin los calmantes que precisa, comienza a manifestar toda
la rabia y violencia que tenía controlada.
Sus víctimas
son los poderosos. Representantes de Wall Street, el empresario que ambiciona
meterse a político o el presentador mediático de un programa de televisión al
que admira y que se ríe de él. También le desprecian y engañan alguno de sus
compañeros de trabajo o su propia madre que permitió los abusos que sufrió en
su infancia. En “Joker”, hay una violencia selectiva que cuestiona cualquier
tipo de poder. Sus crímenes son jaleados por la multitud que le consideran un
héroe capaz de plantar cara a cualquier poderoso. Toda esa masa descontrolada
reivindica a los payasos, disfrazándose, después de que la gente de la calle
haya sido calificada como tal por algún aspirante a político. Los payasos ríen
y tratan de hacer reír. La risa de Arthur no nos hace reír. Joaquin Phoenix nos
muestra de todo lo que es capaz un buen actor. Su personaje podría haber
tendido hacia el histrionismo, pero nos muestra todo lo contrario, un ejercicio
de contención y sobriedad. Decía el escritor argentino Ernesto Sábato que su
“risa era negra”. La del “Joker” ni siquiera ríe.
PUBLICADO EN LA VOZ
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