3/28/2020

LA TRINCHERA









Estamos todos en la trinchera, agazapados, solo asomándonos cuando se trata de aplaudir a quienes siguen trabajando incansablemente por ayudar a la mayoría. Las ocho de la tarde es el único momento que socializamos, en que sabemos que hay alguien ahí, en las ventanas que dan a la calle o al patio en que aplaudimos, silbamos y hasta nos deseamos buenas noches. Se ven luces y a la izquierda, a la derecha o al frente vislumbras unas siluetas que salen de su escondite, por unos pocos minutos. Después de nuevo a la trinchera y esperar al siguiente aplauso mientras ves las calles vacías, con luces que parecen más débiles, pero, lo que es peor, con un silencio infinito.
No se mueve nada ni una hoja seca, ni briznas si las hubiera. Silencio
Volví a ver anoche “La trinchera infinita”. Hace unos meses me pareció una historia terrible, con un hombre encerrado en agujeros durante treinta y tres años, treinta y tres. Fue uno de los llamados “topos” que se escondieron para evitar la represión del bando vencedor. Decenas, quizá centenares de personas vivieron su vida encerrados en muy pocos metros, solo contando con el apoyo de algún familiar. En 1977 Manu Leguineche y Jesús Torbado publicaron en “Los topos” una veintena de testimonios de quienes, para evitar ser víctimas del régimen de Franco, optaron por ser muertos en vida. También Fernando Fernán Gómez relató aquellos encierros en “Mambrú se fue a la guerra” y años después José Luis Cuerda llevó a la pantalla grande “Los girasoles ciegos”, novela de Alberto Méndez.
Veo encerrado a Antonio de la Torre en tres o cuatro metros cuadrados y me siento afortunado. Tengo espacio para moverme, aunque no pueda cruzar el umbral. Tengo libertad dentro del encierro. Pero al mismo tiempo pienso en las personas que no dispongan de más de veinte o treinta metros, en esos pisos colmena, ideados por constructores que no habrán elegido ninguno para vivir. Pienso en el que está solo y no puede comunicarse más allá del teléfono, a veces con imágenes de hijos o nietos, y que espera, cada día, a que el siguiente sea igual porque todavía no vislumbramos el final del túnel. Antonio de la Torre se comunica. Belén Cuesta es la única que le da vida, día tras día, protegiéndolo, soportando ella misma el encierro, mientras siguen cayendo las hojas del calendario.
Aquí, en Madrid zona cero, siguen pasando los días, crecen los muertos, pero también quienes vuelven a la vida, recuperándose, aunque sea entre cuatro paredes. Ojalá no estén solos y no se vean agobiados por el espacio y unas noticias que siguen sin anunciarnos un final. Sin embargo, no va a ser infinito, resistiremos y sobreviviremos en nuestra trinchera y alguna vez podremos hablar del día después.

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