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Aquellas eran noches de aventuras que, indefectiblemente, se convertían en
noches de insectos, con forma de cáscara de pipa, que cubrían todos los
rincones, después de escucharlas crujir en los dientes del vecino o de su
familia y amigos. Era una banda sonora complementaria
También era un lugar donde degustar las palomitas y sorber con la pajita el
refresco de turno que ahora inunda las salas de cualquier centro comercial,
donde el extraño que va a ver la película eres tú, porque el resto cuchichea
para preguntar si quieres más palomitas, más cola ,más naranja o más limón.
A los cines de verano no llegaban las películas que estaban en cartelera.
Eran clásicos o filmes que habían tenido algún éxito durante la temporada. Eran
lugares en que, si eras capaz de abstraerte de las pipas y de los insectos
reales, podías llegar a soñar que las rosas púrpuras de El Cairo descendían
de la pantalla camino del patio de butacas para susurrarte historias ya
contadas.
Una de aquellas rosas me habló de unas piernas nunca vistas.
Pertenecían a una actriz alemana que años después huiría de los nazis. Marlene
Dietrich era el Ángel Azul que, despechada, y casi
arrastrándose seguiría a Cary Cooper por las arenas del desierto en Morocco.
En una de sus ciudades, Casablanca, hubo pasiones
encendidas .Ingrid Bergman y Humphrey Bogart recordaron la llama de aquel París
que compartieron. Rick e Ilsa incendiaban las noches de verano.
Otra rosa me
habló de brazos sinuosos desnudándose de guantes a juego con un vestido negro
ajustado. Dentro estaba una pelirroja, Rita Hayworth, que provocó la ira en la
España pretérita moldeada por la censura.
Hubo otro vestido, que recuerdo rojo,
aunque no lo fuera , que llevaba una mujer de curvas infinitas que competía con
las cataratas del Niagara, y que, después, fue la tentación
que vive arriba. En aquella cinta Marilyn retaba el calor guardando su ropa
interior en la nevera.
Hubo, pasados los años,
sudor y sexo en las pantallas de las noches de verano. Kathlen Turner y William
Hurt debutaban con Fuego en el cuerpo y otros, poco antes,
Jack Nicholson y Jessica Lange, habían quemados sus deseos en una mesa de
cocina, sin esperar la llamada del cartero.
He olvidado ya, los sonidos de la pantalla, y he dejado que fueran
ellas, las rosas, quiénes cuenten sus historias. Rosas
púrpuras que hablan de los sueños de una noche de verano mientras en el
recuerdo palpitan los versos de William Wordworth y el esplendor en la yerba,
aunque ese esplendor ,aquellos veranos, tuviesen como escenario un solar
desnudo al que habíamos llegado con la silla bajo el brazo.
PUBLICADO en LA VOZ.(19.8.24)
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