Creo que tengo todas las películas de Woody Allen en casa.
Me pasa con algunos cineastas que considero están un punto por encima de los
demás. Me ocurre, por ejemplo con Berlanga o con actrices que con su sola
presencia llenan la pantalla como son
los casos de Greta Garbo o de Marilyn
Monroe. Todas las películas en las que han actuado o que han dirigido no son
maravillosas pero siempre hay algo que rescatar.
Esta semana asistí al pase de la última película de Woody
Allen “ A Roma con amor” y debo
decir que la sala estaba a rebosar. Los exhibidores estarían encantados si en
alguna de las sesiones tuviesen tanta gente. Periodistas veteranos y jóvenes; generaciones
diferentes ,dejándose llevar por las
historias que crea el cineasta de Nueva York.
Me decía una compañera, muy joven, que a ella no le gustaba
demasiado Woody Allen, pero reconoció
que su bagaje se limitaba a los siete o ocho últimos años. Y seguramente esta
etapa sea de las más flojas de su carrera. Si exceptuamos “Match Point” y “Midnight París” la filmografía de
Allen ha bajado unos cuantos enteros y “A Roma con amor” no es una
excepción. Hace unos días, leí en una entrevista que Allen afirmaba que algunas
de sus últimas películas se habían convertido, casi, en guías turísticas …Lo
vimos en la desafortunada “ Barcelona”, también en la acertada “París” y ahora en una “Roma” que se encuentra a
caballo entre las dos citadas. “A Roma con amor” combina muy buenos
momentos con otros bastante menos afortunados.
En ella, sin embargo, encontramos todos los elementos del cine de Allen: el humor;
la soledad; el amor, el sexo; o la
inseguridad de los personajes por muy
mayores que sean.
Historias de parejas maduras o jóvenes con algún elemento
que los distorsiona y en la que cada uno no es lo que aparenta. Allen ha vuelto
a ponerse delante de la cámara para caricariturizarse , siempre con cierta
ternura, como hacía Berlanga con sus personajes, y no sólo en el papel que
interpreta sino en el de los jóvenes que viven sus propios sueños en una ciudad
que ya de por si invita a lo irreal.
Woody Allen siempre nos ofrece algo y muchas de las escenas
de sus películas quedan en la retina para siempre. El atraco con una pistola de
jabón en “Toma el dinero o corre”;
la retrasmisión de la noche de bodas en
“Bananas” ; aquel joven aristócrata que hace lo imposible por no ir a la
guerra en “La última noche de Boris Grushenko”; los artilugios
orgásmicos de “El dormilón” o títulos que considero auténticas obras
maestras como “Manhattan”, “Annie Hall”, “Balas sobre Brodway” y un
largo etcétera que a mí, cuanto menos, me hace esperar con expectación la
película anual de un señor bajito, pelirrojo
y con gafas que responde al nombre de Woody Allen.
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