Los festivales de cine son un elemento de prestigio para una
ciudad o una comunidad autónoma. Lo que ha ocurrido en nuestro país es que,
como en otras muchas cosas, hemos inflado la burbuja.
En época de bonanza los festivales crecieron como setas por
todos los rincones del estado hasta alcanzar los doscientos treinta y tres, una
cifra que podría incrementarse si incluyera en la partida muestras, ciclos o semanas cinematográficas
que han proliferado por doquier.
Somos un país de excesos. O todo o nada. Junto a excelentes
muestras y festivales de gran profesionalidad han crecido otros muchos carentes
de rigor y sin el más mínimo control en los gastos de quienes deberían haberlo
ejercido.
Durante muchos años se han diseñado festivales con
subvenciones públicas de los más diversos organismos; creados
equipos de trabajo en el que sus miembros no han recibido ni un euro; programadas
un número inasumible de películas en salas infames donde ni siquiera se ha
visionado con anterioridad la cinta o el dvd
u organizar inauguraciones o
clausuras invitando a personalidades sin que hubiera medios técnicos y humanos para
conseguir un resultado digno.
Ha habido tantos representantes de la picaresca, que no
dejan de ser irregularidades por llamarlo de una manera suave, que lo que han
hecho ha sido perjudicar a todos
aquellos que han llevado adelante excelentes festivales, con una buena
programación y con el objetivo de trasladar a las ciudades o los pueblos buen
cine, cine del que ya es casi imposible ver si no lo pasa una televisión
pública o un canal especializado.
Me decía Javier Angulo, director de la SEMINCI de
Valladolid, que los festivales son casi ya los únicos escaparates que quedan
para ver un tipo de cine diferente de la mayoría de películas comerciales que
invaden las salas. Un cine independiente de los grandes estudios; un cine donde
la clave es una buena historia; un guión sin trampas y muchos sentimientos”.
Eso, no cabe duda, ocurre en la SEMINCI pero también en otras muestras cinematográficas como “Alcances”,
al que avalan cuarenta y cuatro años de historia. Desde aquella semana
multicultural creada por Fernando Quiñones a finales de los sesenta hasta la
fecha han ocurrido muchas cosas y habido diferentes etapas, pero el festival continúa. Un festival que en los últimos años
del franquismo apostó por cinematografías como la latinoamericana o la
proveniente los países del este de Europa y que en la actualidad se centra en el documental que tan excelentes
muestras nos ha dado estos últimos años. He visto que la película inaugural
estaba dedicada a Mágico González, aquel extraordinario futbolista salvadoreño
que tanta huella dejó en Cádiz y en los que pudimos verlo en el Carranza y en otros
estadios de España. Alcances es
un buen espejo en el que deben mirarse otros festivales porque cumple la
función de ser un referente de la ciudad, mostrar buen cine y ser un lugar para la polémica y el debate.
Una de las mesas redondas anunciadas tratará de la igualdad
de género en el cine y enseguida me
lamento de la desaparición del Festival Mujeres en dirección que se celebraba
en Cuenca desde hace siete años .Una pequeña pero excelente muestra que
reivindicaba el papel de la mujer en la dirección cinematográfica, y en el cine
en general y que en su corta vida se había desenvuelto con profesionalidad y
rigor bajo la dirección de la actriz Marta Belaústegui. No sobran festivales de cine solo sobran los
malos festivales.
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