(FOTO LA VANGUARDIA) |
Se acaban los calificativos para Rafa Nadal. Otro catorce en
París. Alcanza los catorce Roland Garros y un total de veintidós títulos en
torneos del Grand Slam.
Ni en los peores momentos desfallece. Siempre se sobrepone y
nos regala victoria tras victoria. Hoy, la
más fácil ante el noruego Casper Rudd, que no ha podido inquietar nunca al rey
de París (6-3, 6-3, 6-0) Nada que ver con el agónico partido contra Djokovic ni
la semifinal ante Zverev, a quien una grave lesión le privó de continuar
compitiendo.
Golpes imposibles, carreras inimaginables para un jugador de
36 años que llega a todo y golpea con la misma fuerza que décadas atrás. Es
difícil cansarse de ver ganar a Nadal y más aún de que algún día ya no le
veamos compitiendo. Se empeñan en buscarle un sucesor y creo que eso es imposible.
Nadie compite como él. Nadie se deja hasta la última gota de sudor en la pista.
La arcilla de París sabe quien la pisa. Huele su presencia y se rinde a sus
pasos y a sus carreras.
Lesión tras lesión vuelve. Sus dolores en el pie pueden
llegar a ser insoportables. Una lesión crónica a la que se enfrenta con la
misma entereza que muestra en sus partidos. Le infiltran, le duermen el pie
para paliar el dolor, pero cuando salta a la pista es solo Rafa, el de siempre,
el que respeta a sus rivales, el que se anima así mismo, el que recibe el aplauso
entusiasta del público, el que no tiene una palabra más alta que otra, el que
ya no es un nombre es un mito para los amantes del deporte de todo el mundo.
Catorce títulos en París, de día, de noche, con sol o con la
pista cubierta por la lluvia. Catorce años en que mañana cuando nos despertemos
volveremos a frotarnos los ojos para comprobar que Nadal ganó otra vez.
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