En las calles,
en los bares, en los transportes públicos a finales de los setenta y durante
los ochenta oíamos hablar castellano con acentos que venían del otro lado del
Atlántico . Eran sobre todo argentinos y algunos chilenos y uruguayos que
habían dejado atrás sus dictaduras y trataban de buscar refugio en Europa.
Nosotros nos habíamos despedido de la nuestra.
Eran los
primeros exiliados que llegaban a nuestro país buscando la contrapartida y el
recibimiento que dispensaron ellos cuantos cientos de miles de españoles huían
de la Guerra Civil. Nosotros fuimos los “gallegos” en Argentina, México o Cuba,
aquí los suramericanos fueron denominados despectivamente “sudacas”. Era, una
vez más, una manera de marcar al diferente, con un sesgo de xenofobia, que
crecía en la sociedad española.
Se decía que
no éramos racistas. Es mentira. Los españoles vivíamos en nuestra burbuja de
cristal y los extranjeros que venían a España eran ricos. Turistas blancos que
se tostaban en nuestras costas y jeques árabes que movían sus millones en
Marbella. No éramos xenófobos con los ricos, ni siquiera racistas con los
negros porque no los había. Solo algún que otro jugador de fútbol o baloncesto,
pero en dosis mínimas, nada que ver con la llegada en las últimas décadas de
jugadores de cualquier parte del mundo y de cualquier color.
En los
estadios no era extraño llamarles “monos” a los negros o “sudacas” a los
suramericanos algo inaceptable, pero todavía ´lo es mucho más hoy que ocurra en
una sociedad multirracial y multicultural resultado de la inmigración que ha
ido llegando a nuestro país. Ya no estamos en la España cerrada sobre sí misma,
aislada del mundo y con miedo terrible al diferente. Ahora somos un país
abierto a pesar de los extremistas de derecha. Nadie va a echar a ocho millones
de inmigrantes, sencillamente porque no habrá nadie para hacer los trabajos que
no quieren los españoles. ¿Quién cuidará a nuestros mayores?, ¿quién limpiará
nuestras casas? ¿quién se subirá a los andamios?, ¿quién recogerá nuestras
cosechas? Los inmigrantes hacen los trabajos que no quieren los nativos, como
hicimos nosotros cuando viajamos a la rica Europa en los sesenta y setenta.
Españoles, griegos, italianos o turcos hacían los trabajos que no querían
ingleses, franceses, neerlandeses, belgas, suizos o alemanes.
En algún
caso no somos conscientes del daño que se hacía a los diferentes, ahora sí lo sabemos
. Y lo peor es que los ultras ayudan a ese discurso tratando de calar en sus medios
de comunicación y en las redes sociales en un discurso de odio dirigido a
animar a la población a mostrar su repulsa contra las inmigrantes, llámense con
papeles o sin papeles como ha ocurrido recientemente en Torre Pacheco como ya sucediera
hace veinticinco años en la localidad almeriense de El Ejido. En ambos casos,
hubo precedentes violentos ,pero lo que realmente importa no es la repulsa por un
acto de delincuencia sino utilizar esos actos violentos como excusa para la violencia
racista. Los ultras consiguieron que en Torre Pacheco la violencia se adueñara
de las calles, convocando a través de las redes sociales a todos aquellos
simpatizantes que acudieran a la localidad murciana para dar “caza al moro”. Fracasaron sus convocatorias, pero ya se habían
vivido varias noches de disturbios y enfrentamientos en una localidad de 40.000
habitantes, en la que algo más de la cuarta parte son inmigrantes.
Esos
inmigrantes, salvo alguna contada excepción, están ayudando a la prosperidad de esa
localidad donde apenas hay un 7% de paro y esos “moritos”, “negritos”, “sudacas”
o “panchitos” contribuyen al avance de este país ante quienes quieren
hacer visible el discurso del odio…
No hay comentarios:
Publicar un comentario