8/18/2012

AGOSTO SILENCIOSO




Está perezoso este Madrid de agosto.  El sol cae con fuerza sobre el asfalto y la sensación térmica se hace insoportable. Los que tienen trabajo se refugian en las oficinas o comercios refrigerados ; los que no, apenas se mueven por unas calles solitarias y aplomadas  que solo respiran muy tenuemente cuando  el sol comienza a esconderse. Algunos, muy pocos, la verdad, caminan mostrando los restos de los días de playa. Un moreno que irá diluyéndose  en los próximos días  hasta alcanzar el estado habitual del resto del año, es decir, la blanca palidez de los habitantes de la ciudad. Existen, sin embargo, los que portan maletas que arrastran con cierta decisión imaginando un destino que les haga olvidar todo aquello que quieran olvidar.  En las calles hay silencio. En las estaciones de tren o de autobuses, en los aeropuertos hay un mayor trasiego pero son recintos cerrados ajenos  a una ciudad solitaria  en la que muchas de sus fuentes se han apagado por mor de la crisis y no dejan  refrescarse a quiénes se aventuran por las callejuelas del Madrid de los Austrias  o se acercan al paseo del arte para visitar El Prado  o acudir con menos agobios al Museo Thyssen-Bornemisza donde todavía puede verse(hasta el 16 de septiembre) la mayor antológica en Europa del maestro estadounidense Edward Hopper ,cuya visión transcendente y singular de la realidad va más allá del realismo del siglo XX.






Admirando los cuadros de Hopper  me imagino como el artista hubiera descrito estas ciudades desnudas de personajes  y sonidos…La mujer solitaria sentada en una cama, con un camisón rosa ,entre sombras, mirando a ninguna parte aunque haya un cielo azul , nos hace preguntarnos a dónde vamos y nos hace compartir esa mirada perdida. Hopper hace que los espectadores nos convirtamos en mirones de sus cuadros.
Los suyos son personajes solitarios, llenos de incógnitas que no saben de dónde vienen ni siquiera a donde van. Sus cuadros son un fiel reflejo de la sociedad estadounidense desde los  años veinte  y lo serían ahora de la sociedad mundial.
Todos nos acercamos a comprobar que le ocurre a sus personajes. A esa mujer que lee sin leer, sentada en la cama de un hotel indeterminado o a esa otra sentada en un café con sombrero y abrigo dando sensación de desidia o quizá indiferencia ante la incógnita de lo que le rodea.
Desde las ventanas que miran los personajes de Hopper hay miedos, incertidumbres pero seguramente, también, deseos, los mismos que experimentamos nosotros, espectadores cómplices  mientras evocamos sonidos de jazz e imágenes cinematográficas.
Agosto que se extenúa en fiestas, ruidos y artificios por los pueblos de la sierra madrileña es silencio en Madrid. Hopper tiene algo que ver.