5/19/2012

EL PATIO DE MI CASA



Es un patio grande, toda una manzana. Decenas y decenas de ventanas que esconden vidas e historias de inquilinos que nunca sabremos. Muchos se habrán ido para siempre en las más de tres décadas en que me asomo a la ventana.
Sería un patio más, como otros muchos patios grandes  en que no sabes nada del otro, ni siquiera si está vivo, ni siquiera si existió alguna vez. Digo que sería un patio más si no hubiera sido inmortalizado por el pincel de Antonio López  que, con la minuciosidad que caracteriza su obra, debió pasarse años  recreando esas ventanas con persianas bajadas o visillos que ocultaban las miradas. El estudio de Antonio López se encontraba en Torres Blancas, un edificio  que daba la bienvenida a los visitantes cuando se adentraban en Madrid desde la carretera de Barcelona.. Recuerdo que el  cuadro junto a las mejores obras del pintor manchego se mostró en una gran exposición en Bruselas con motivo de Europalia 85, que los belgas dedicaron aquel año a la cultura española. Durante la entrevista que le hice para la radio fuimos recorriendo la exposición y deteniéndonos en algunos cuadros como en el que aparecía ese patio tan desnudo como el entorno que lo rodea, una avenida de América  desconocida, sin viandantes, sin  coches ,sin  humos…  Le señalé mi patio y esa desnudez de seres humanos en un paisaje fantasma. Le hablé también de la terraza de otro edificio donde vivía Juan Carlos Onetti, el escritor uruguayo que se llevó el Cervantes  y que tuvo que recibir la dotación económica del premio antes de lo previsto, porque estaba “sin blanca” o de la casa en que residía el pintor José Caballero que se esconde en los últimos recovecos del óleo .  Desde la ventana del patio comprendo esa desnudez del  cuadro  de Antonio López porque la vida sigue y las cosas permanecen, aunque esas cosas sean los seres humanos que podemos mantener en nuestro recuerdo.
Desde la ventana  recuerdo vagamente al  Onetti que conocí  e imagino que algún día compartiría su casa con el Carlos Fuentes que nos dejó esta semana. Tuve la suerte de entrevistar en varias ocasiones al escritor mexicano, también premio Cervantes, y  rememoro la sobriedad de su discurso, la templanza de sus palabras y el compromiso de su escritura.
Supo vivir y llevar con entereza las dramáticas muertes de sus dos hijos. Siempre activo y siempre elegante en su aspecto y  en su actitud. Fue del boom pero también del boomerang. Perteneció a aquel movimiento extraordinario de la literatura latinoamericana como su gran amigo García Márquez pero también fue capaz de reconocer a las nuevas generaciones y darles la bienvenida con sus nuevas propuestas literarias.”La muerte de Artemio Cruz”, “Terra nostra”, “Gringo viejo”, “los años con Laura Díez” … Desde mi ventana, abierta, recreo el cuadro de Antonio López , no veo a nadie, pero sé que todos están  en la memoria, en la región más transparente que ideó Carlos Fuentes.


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